Pedro Morales
Cada mañana, cada atardecer, cada día es igual para los 64 habitantes del casco de la ex hacienda de Telpaca, en el municipio de Españita, donde tal pareciera que el tiempo no transcurre, los rostros se entristecen, las arrugas se marcan, la cabeza blanca, las ilusiones se acaban, la visita de los suyos no llega.
Sobre la carretera el paisaje es Tlaxcala, los cerros parecen jugar a esconder a la Malintzi, azul y lejana, un viento frío indica que viene un invierno crudo, tan temido por los adultos mayores, los males se agudizan.
Una desviación indica un casco de hacienda, todos los lugareños señalan el mismo punto, al llegar al enorme portón de color verde, todo parece recordar otra época, la soledad es dolorosa, la sequía del pasto da nueva vida a los nopales y magueyes.
Se trata del asilo para ancianos operado por la Asociación Civil “Edad de Oro de los Abuelos” de San Judas Tadeo, del municipio de Españita, el lugar es el casco de una ex hacienda de estilo español que fue destinada para albergar a los adultos mayores.
En el interior las y los ancianos se refugian en el sol matutino, algunos, otros permanecen envueltos en sus sarapes, otros más dan rienda suelta a su imaginación, a sus recuerdos, a sus fantasías.
Un cigarro por una historia
La petición de un cigarro es constante, hombres y mujeres lo solicitan al visitante, apenas llega al portón enrejado, ya aprendieron a solicitar “una monedita”, para comprarlo, es claro que hay venta clandestina, la marca es Delicados.
El portero, Francisco Torres Arriaga, es uno de los internos, se ha ganado la confianza de los administradores para que le den la llave principal, comenta que es originario de allá del Distrito Federal, de por los rumbos del Politécnico y de la Villa de Guadalupe.
Confiesa que ya casi llega a los 80 años, que se vino al asilo porque en el D.F. ya no hay trabajo para la gente adulta, “ya nada más andaba tomando, de mecánico, talachero o lo que me cayera, en este lugar nos tratan regular, no puedo hablar”, advirtió.
Que la sopa, que el guisado, que frijoles a veces café o té sin azúcar, hay humedad en los cuartos, en uno que otro, tienen mucho tiempo que los están arreglando.
Algunos internos han intentado escaparse, a otros los traen y luego ya no vienen sus familias a verlos, es triste, pero es la verdad. No lo vayan a comentar, pide.
¿Usted tiene familia?
FTA.- No ahorita no tengo familia, ni esposa, hijos, están muy lejos, no tengo a nadie, no saben dónde estoy, yo no pago dinero por estar aquí, algunos pagan, pero es mejor que le pregunten a los administradores.
Yo conozco bien Tepito, de los buenos tiempos, cuando ganaba bien recuerda que vivió la época dorada de Pedro Infante, en Peralvillo, con Tin-Tan, Resortes, las divas como María Félix, la vida se va de prisa, sin darnos cuenta se escurre como agua… entre las manos.
¿Qué le dice a la gente que está afuera?
FTA.- Que venga, yo tengo aquí como doce años, conocí El Tivoli, mujeres hermosas, yo conocí a muchas mujeres, ya no recuerdo en especial a ninguna de ellas, no tengo amor en el corazón.
Yo trabajo aquí y no quiero saber nada, comienzo a las diez de la mañana y acabo a las seis de la tarde, me entretengo escuchando a los gorriones, atiendo a la gente, trato de ser amable, aquí no abandonan a nadie frente a este portón, adentro sí.
Facilita la entrada y es la puerta de entrada a otro mundo, un mundo que choca con las ruinas de la ex hacienda y las ruinas en el corazón, la mente y el ánimo de las y los ancianos.
Un hombre sentado en el pretil de la puerta de un cuarto vacío, sin techo parece mirar al infinito, sumido en sus recuerdos, nada se mueve en su alrededor.
Una hermosa torre de piedra, ladrillo rojo de estilo español, se eleva por encima de la construcción señorial y lúgubre de dos plantas, otro hombre camina encorvado cerca de un árbol, otro más está enroscado en un sarape, tirado al sol, dos más comentan y observan la llegada de la gente.
Es la torre de la soledad, del abandono, del fin del camino, de la última frontera de la vida.
Una mujer de rostro amable, traviesa, risueña, inteligente con su medalla de plata de la Virgen de Guadalupe, viste un viejo suéter de color azul claro que hace juego con sus ojos vivaces, se apresta a servir de guía hacia la administración, en el camino también pide “un cigarrito, para el frío”.
Se le pide que primero nos muestre la dirección, al entrar la mayoría de los habitantes de esta ex hacienda se encuentran en el patio, llegaron muchachas que bailan hawaiano, el adormecedor ritmo mantiene absortos a los asistentes.
Una hacienda en ruinas para almas solas
Sentados a un sol que no calienta, otros en sus sillas de ruedas, algunos con muletas o simplemente sentados en las sillas de plástico, impasibles miran el paso de los minutos, el transcurrir de las horas, los días, los meses y los años.
Medio en ruinas, medio rescatada la parte alta de la ex hacienda es impresionante, destaca un penetrante olor a orines, que por cierto se percibe en todo el edificio, la incontinencia podía ser la causa, y poco más tarde se confirma.
Una mujer apura el paso, pide no ser molestada porque está dedicada a caminar media hora por el espacioso y lúgubre corredor que da a las puertas de los dormitorios, más allá lo que fue una sala de alguna familia, parece esperar que pasen los años y regrese el calor del hogar.
El sillón principal, el que podría ser del jefe de familia luce los estragos del tiempo, sin duda por las tardes sirve para que alguna mujer, algún abuelito se siente enfundado en una buena manta o cobertor a recorrer la cinta de su vida, de lo que fue y no fue.
Al fondo y siempre bajo ese penetrante olor a orines, están los cuartos, al fondo una pareja de ancianos descansa y se alegra de que lleguen visitas, una vieja televisión, cajas con recuerdos, ropa y un buen desorden, parece no importarles.
José Cabral Reyes dice que es de Tlaxcala, de por el rumbo de “La Joya”, que tiene hijos y que es jubilado “tuve chance de venirme una temporada, acá estoy contento, soy jubilado del gobierno del Estado en el dos mil”.
Tengo mis hijos y me vienen a ver hasta acá, ayer precisamente vino mi hija, tengo otro hijo que trabaja en el gobierno, en tránsito, lo malo es el frío, hay cobijas pero el frío es muy fuerte, estoy tranquilo, contento y feliz, porque nadie se mete conmigo.
Pero hay gente que está muy sola y triste, en la mañana desayunamos, al medio día comemos bien, luego cenamos, hacemos ejercicio, vemos televisión. Ya lo pasdo pasado, soy divorciado desde hace muchos años.
Mi familia paga dinero por estar aquí, estoy contento, hay gente que nos atiende, nos cuida, tenemos amigos.
Por su parte, Julia Rosas Meneses solo recuerda que tiene más de 60 años, que viene de Tehuacán del estado de Puebla, que no está sola y que la visita una de sus hijas, de carácter fuerte solo comenta que no quiere recordar nada y que se dedicaba a las labores del hogar.
No recuerda que tiempo lleva en este lugar
Dolores Sosa dice que también es originaria del Distrito Federal, curiosamente del rumbo de por la Villa de Guadalupe, que tiene 61 años y que llegó a este lugar por su voluntad, se trata de la mujer que estaba en plenos ejercicios físicos, quien amablemente accede a mostrar su cuarto.
Se trata de un cuarto sencillo, pero ordenado, con una vitrina donde se guardan los enseres personales, en cajas cuidadosamente apiladas se guarda la ropa, en otras cajas de galletas, de las metálicas; los recuerdos personales, no faltan las imágenes de santos y vírgenes, las veladoras.
Ella dice que está muy contenta, pero que se requiere de apoyo, sobre todo de alimentos, verduras, llega mucha gente, el sitio no es cerrado, está abierto y su mensaje es que la gente venga este fin de año, a brindar un poco de cariño y de afecto.
Nada más.
Rita Cruz Hernández, enfermera, forma parte de la dirección que administra este lugar, tiene 14 años trabajando en el sitio, dice que la gente que viene proviene principalmente del Distrito Federal, de Puebla y Tlaxcala principalmente.
Ella trabaja de lunes a sábado con un horario de diez de la mañana a cinco de la tarde y que los internos en su mayoría es gente enferma que padece Alzheimer, Diabetes, Epilepsia, Esquizofrenia y Demencia Senil.
Originaria de Españita, dice que ama su trabajo, que 20 pacientes son del DIF estatal y a ellos les mandan un apoyo de 45 pesos diarios, pero que no alcanzan para nada, si se toma en cuenta que su alimentación es especial.
Explicó que para estar bien atendidos, hablaríamos de 120 pesos al día, pero hay que sumar medicinas, artículos de aseo personal y mantenimiento de las instalaciones, energía eléctrica, gas y que son gastos que representan un mundo de dinero.
Son dos enfermeras por turno y el mantenimiento del edificio está otorgado en comodato, la asociación es la que se encarga de mantenerla en óptimas condiciones, el asilo lleva 18 años de actividad.
Reconoce que hay gente que es ingresada con normalidad, sus familiares vienen y los visitan dos o tres veces y que en estos momentos solo hay un caso de una mujer abandonada, de la que no vienen sus familiares.
Ya para ese entonces, una rondalla hace las delicias de los ancianos, corean con ellos canciones de amor, de recuerdo que rayan en la nostalgia, algunos corean, otros solo mueven la cabeza, pero nadie abandona sus lugares, están contentos.
Al morir alguno de ellos, sus familias se encargan de los funerales, “y si no tienen familia, entonces todos los integrantes del asilo les rezamos y luego se les da cristiana sepultura, ya no hay nada más que hacer y desgraciadamente tarde que temprano ese es el destino de quienes llegan a este lugar”.
Explica que en las instalaciones laboran 14 personas, porque en ocasiones hay 65 o 70 gentes, que son atendidas en turnos corridos y días festivos.
¿Usted se ha encariñado con alguno de los viejitos?
Por unos momentos los ojos de la enfermera, acostumbrada al trato con este tipo de pacientes se llenan de lágrimas, pero se repone.
RCH.- Todo depende de la convivencia, porque hay viejitos que son muy buenos, transmiten sus sentimientos pero hay otros que son violentos, exigentes, groseros y hasta agresivos, pero los hay muy buenos y aunque uno no quiera se encariña, al paso del trato y del tiempo.
Hay abuelitos que se ganan el cariño y al final del día, el trato es como si fueran de nuestra familia.
Afuera penosamente una mujer que parece recién haber ingresado recorre el polvoriento camino, la espalda encorvada parece estar cargando un costal de recuerdos, vivencias y sabiduría.
El viejo casco de una ex hacienda sirve como asilo, con algunas áreas en ruina, a pesar del grande esfuerzo hecho por el director Rodolfo Sánchez Mellado y el escaso personal “hacen hasta lo imposible para cumplir con las prioridades de atención y servicios a los ancianitos.
Para otros ancianos, este lugar se ha convertido en un lugar de reflexión, unos van a la capilla, otros, prefieren caminar por la grande extensión del casco de la ex hacienda.
La humedad y el tiempo les afecta, porque su ropa yace tendida en los grandes tendederos en donde el sol no salió y esperan con ansiedad que salga para poder utilizar su ropa.
Hombres y mujeres han llegado de Puebla, San Martin Texmelucan, Nanacamilpa, Veracruz y Tlaxcala, algunos se encuentran perturbados de sus facultades mentales, y el resto digiere el tiempo platicando o bien dentro de sus dormitorios en donde la humedad es su peor enemigo a vencer.
En cuanto a los apoyos que se requieren, lo más urgente son pañales desechables para adulto, porque la mayoría de los internos presentan incontinencia, por eso es el penetrante olor a orines, es involuntario, pero con un pañal desechable se les ayudaría mucho.
También medicinas, material de curación, artículos de despensa, comida enlatada, cereales, leche azúcar, detergente, verduras, de todo hace falta, nunca sobra nada.
El asilo está abierto a toda la gente, no hay restricciones, se puede visitar a los internos, darles cariño, visitarlos, en una palabra adoptarlos.
En algunos casos se cobra dos mil quinientos por la estancia al mes, pero en realidad se trata de una cuota de recuperación.
Se compensa con la gente que no puede pagar, son una con otras.
Una mujer observa detenidamente a la rondalla, dice que es de Apizaco, que tiene una hija, pero que se fue a Cuba, ya no regresó. Recuerda que su nombre es Ramona Mejía Hernández, que fue esposa de un ferrocarrilero.
Acá estamos bien, nos dan de comer, nos cambian, pero hace mucho frío. En voz baja dice:
¡Oye no tienes un cigarro!
No, no traigo.
Se enoja y ataca:
¿No te gustan… eres puto?
La recomendación del médico Guillermo Carmona Hernández, quien cuida la salud de los ancianos es la de no regalar cigarros a los abuelitos, debido a que algunos de ellos padecen enfermedades cardio-pulmonares.
Mejor emprendemos la retirada, y quien sabe de dónde sale esa pequeña mujer del suéter y ojos azules, pide sonriente su premio, una moneda para su antojo y una caricia en la mejilla la deja plantada en su lugar, quizá en ese momento muchos recuerdos y vivencias de otros tiempos vinieron a su encuentro.