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A 40 años de la caída de un OVNI en Puebla

Redacción

El pasado fin de semana se cumplieron 40 años de la caída de un Objeto Volador No Identificado (OVNI) en la Sierra Norte de Puebla. Un hecho que generó algunas fricciones con la entonces Unión Soviética y que, desde aquella época, el llamado “OVNI de Puebla” ha atraído la atención de investigaciones periodísticas y de agencias de investigación y seguridad nacional de varios países, entre ellos Estados Unidos, según algunos testimonios, documentos y reportes de la época.

EL “ROSWELL” DE LA SIERRA NORTE

El caso se ha convertido en uno de los más importantes del estado y uno de los más sonados en América Latina. Aquel amanecer del 29 de julio de 1977 despertó la curiosidad de habitantes de cuatro estados del país, ante la visión de un objeto cubierto en llamas que atravesaba el cielo. Los primeros reportes de radar lo situaban en Zihuatanejo, en dirección a la Ciudad de México y de ahí a Puebla.

Una de las evidencias más sólidas la obtuvo el director filmográfico Abel Salazar –quién se encontraba filmando la película “Picardía Mexicana”– cuando esa mañana le dijeron que había algo en el cielo y, tras poderlo apreciar, dio la orden de grabar aquel manto de luz que parecía una enorme bengala. Para algunos, se trató de un cometa u otro cuerpo celeste que caía a la tierra. El sensacionalismo marcó que se trataba de una auténtica nave extraterrestre.

La primera investigación formal la hicieron los reporteros Fernando J. Téllez, Fausto Rosales y Pablo Latapí Ortega, así como el autor del primer reportaje periodísticamente cimentado, que terminó en la publicación del libro “Ovni estrellado en Puebla”, de Alfonso Salazar Mendoza, tras una investigación de seis meses y 13 expediciones a distintos puntos, en lo que llamaron la Zona “A” y la Zona “B”.

La publicación cita: La Zona A comprendía sitios visitados originalmente por curiosos, reporteros y buscadores de ovnis como Tateno, Libres, Texocuizpan, La Caldera, San Andrés Tepexoxuca, Huixcolotla, Xonacatlán y Zaragoza.

La Zona B, comprendía sólo dos lugares: Filomeno Mata, Veracruz y Jopala, Puebla, el sitio donde se halló la evidencia física del ovni. Las zonas alternas abarcaron sitios de la sierra como Ahuacatlán, Camotepec, Zacatlán, Chignahuapan, así como diversos lugares en el estado de Tlaxcala, incluyendo la montaña Matiacueye (Malinche) y varios puntos intermedios.

LA EVIDENCIA FÍSICA

A finales de ese año, “la investigación parecía haber llegado a un punto ciego, agotadas todas las posibilidades en la sierra y hartos ya de escuchar sandeces… una carta habría de cambiar todo. Llegó del estado de Veracruz, del poblado de Filomeno Mata y estaba firmada por tres personas, los profesores Wenceslao

González Castelán, José Cortés y Mateo Lechuga, todos originarios de Santo Domingo, lo que dio origen a confusiones con otro de igual nombre y dividió a los expedicionarios…

… Pablo fue quien hizo el primer contacto con la evidencia física. De cualquier manera, fue un triunfo al equipo más terco de investigaciones. La pequeña muestra recogida en el poblado serrano de Jopala”, cita la publicación.

Además de detallar el hallazgo de esa muestra a través de estudios químicos, los resultados revelaron: Visto todo lo anterior los metalurgistas -a quienes no se les informó de la procedencia de la muestra- dictaminaron que se trataba de “acero semi-duro”, pero, no coincidía con los aceros conocidos en occidente, la aleación más parecida era de origen español y conocida como Acero 401-75 al cromo silicio.

Un metal usado para la fabricación de resortes de alta resistencia. Los metalurgistas afirmaron que era la primera vez que veían algo así en forma de lámina. Lo llamaron “una pieza rara, para un uso raro”, si hubieran conocido su procedencia sus reacciones seguramente hubieran sido distintas.

LA VERSIÓN OFICIAL

En 1978 y 1979, a la pregunta de los reporteros en las embajadas de EU y la URSS sobre la posibilidad de que el fragmento de metal fueran parte de chatarra espacial, no habían tenido resultado alguno. En los años que siguieron, en EU por lo menos, se logró abolir la prohibición de acceso a datos hasta entonces considerados secretos.

En 1990 bastó una carta del Comando de Defensa Espacial de EU, proporcionando los datos sobre el avistamiento y demás secuelas del Caso Puebla, para que –en octubre– Héctor Escobar, su colega de SOMIE (Sociedad Mexicana para la Investigación Escéptica) recibió contestación que dio respuesta a una interrogante de 13 años.

El único objeto que había entrado en la atmósfera siguiendo la trayectoria indicada, a la hora precisa, aquel 29 de julio de 1977, fue la tercera etapa del cohete soviético que puso en órbita el satélite Cosmos 929, el 17 de julio de 1977, partiendo del cosmódromo de Baikonur, el fragmento de Puebla es un pedazo de ferretería espacial soviética.

LOS REPORTES EN PUEBLA

Algunos reportes de aquella época indicaban que se habían visto dos OVNIs sobrevolar El Mirador, dirigiéndose hacia el Noroeste; después se comprobó que muy cerca de Jopala y Bienvenido también fueron vistos siguiendo la misma dirección. Si el objeto se fue desintegrando a lo largo de una línea recta, de haber continuado su desplazamiento a través de esa ruta, algunos de sus fragmentos pudieron caer en el mar, a la altura de la desembocadura del río Cazones, en Veracruz.

Según la investigación de Luis Ruiz, uno de los mejores reportes fue el de un humilde vendedor de manzanas que bajó de San Francisco Ixtacamaxtitlán para notificar a los habitantes que el extraño objeto luminoso se había estrellado en las montañas. El lugar donde supuestamente había caído el objeto es una de las regiones más cerradas de la Sierra Madre Oriental y de la Sierra Norte de Puebla (que no amedrentó a los investigadores amateurs, curiosos, periodistas y “ufólogos”).

La mañana de aquel 29 de julio, Miguel Cruz, un pobre campesino de Jopala que se dedicaba al cultivo del café, se levantó y salió de su casa para iniciar sus actividades diarias; de pronto, empezó a escuchar fuertes “tronidos” en el cielo, y pensó que podían ser cohetes artificiales de algún pueblo cercano, pero eran demasiado intensos.

“Entonces miré hacia arriba –dijo Cruz-, y vi aquellos pedazos que caían como echando humo. Se veían muy calientes. Uno me cayó muy cerca y hasta pensé que me iba a dar en la cabeza. Cuando supuse que ya estaban fríos, los recogí y se los llevé al presidente municipal. Yo no sabía de qué se trataba”.

A muy corta distancia de donde él se encontraba, había caído aquel fragmento de metal al rojo vivo. El pedazo incluso dañó parte del piso de concreto. Cuando la pieza estuvo lo bastante fría, Cruz la envolvió en unos sacos y la llevó a la iglesia de Jopala. El sacerdote no quiso guardarla y la entregó a su vez al presidente municipal don Antonio Hernández García, quien la guardó.