24/12/2017
En su mensaje navideño a la grey católica de Tlaxcala, el obispo Julio César Salcedo Aquino dijo que la canonización de Cristóbal, Antonio y Juan es una invitación a volver la mirada a Jesús, a nuestra misión en la Iglesia, a la evangelización. ¡Todo comenzó en Tlaxcala!
Refiere que fue en la Escuela Franciscana donde los Niños Mártires se formaron para recibirlos, se colocó la semilla de la santidad, que se fue gestando con el apoyo de la fe del pueblo tlaxcalteca hasta dar frutos de vida.
Reconocemos que el Espíritu Santo nos está invitando, a veces de una manera imperceptible, como musitando al oído, y otras de una manera clara y evidente, como gritando a nuestra sordera, que impulsemos la identidad de la Iglesia: la evangelización.
La Canonización no ha sido una serie de fiestas y celebraciones, sino una llamada a dejarnos conducir por el Esp entrega de levaron a su pueblo al encuentro del amor misericordioso de Dios. Y esto lo hicieron con la generosaglesia: la evangíritu para descubrir la infinidad de potencialidades evangelizadoras que tiene la vida de nuestros santos mártires: extraordinaria herencia espiritual y apostólica. Cristóbal, Antonio y Juan son signo vivo de esperanza cristiana para nuestro tiempo.
Es necesario que contemplemos su historia de amor y de fidelidad a Jesús y, por consiguiente, una historia evangelizadora. En ellos tenemos un ejemplo de vida cierto para ser discípulos misioneros de Jesús.
Resuenan las palabras del profeta Isaías: “Consideren la roca de donde fueron tallados, la cantera de donde fueron sacados” (Is 51,1). Hemos sido tallados en la roca de adolescentes enamorados de Jesús, quienes llevaron a su pueblo al encuentro del amor misericordioso de Dios. Y esto lo hicieron con la generosa entrega de catequistas, la valentía de misioneros, la disponibilidad de traductores e intérpretes, la audacia de evangelizadores, la creatividad de discípulos misioneros de Jesús, la valentía de los mártires. Su vida es una llamada del Espíritu a toda la Diócesis.
Volvamos la mirada a los orígenes de la Evangelización en Tlaxcala, ahí se encuentra nuestra experiencia fundante, a la que tenemos que ir continuamente, como manantial fresco. ¿Acaso el martirio de estos Niños no dispuso a nuestro pueblo al Acontecimiento Guadalupano de 1531? Desde esta óptica entendemos la expresión del Cardenal Amato, Prefecto de la Congregación de los Santos, cuando afirma:
“Un santo no es una realidad cosmética, sino evangélica; esto significa que no está en la periferia de nuestros proyectos espirituales y pastorales, sino en el centro” (Los santos ministros de la caridad, Cd. del Vaticano 2017).
Cristóbal, Antonio y Juan están en el centro de la vida de la Diócesis, pues nos indican el camino: pasión por Cristo y pasión por la humanidad.
Desde este don que hemos recibido, los invito a asumir el camino que haremos juntos, es decir en la sinodalidad, para evaluar el Plan Diocesano de Pastoral, que está por concluir, y elaborar el nuevo Plan. Para esto, dedicaremos el tiempo necesario el tiempo necesario a fin de que oremos, reflexionemos, visualicemos caminos de vida evangélica para nuestra Diócesis. Este es el contexto de nuestra próxima Asamblea que realizaremos en el mes de enero. Asumamos este proceso como un paso del Espíritu en nuestra historia evangelizadora.
Hermanos, ¡Feliz Navidad! La actitud de la esperanza caracteriza a la Iglesia y al cristiano. El Adviento celebra al “Dios de la esperanza” (Rom 15, 13) y vive la gozosa esperanza (cf Rom 8, 24-25). El cántico que desde el primer domingo caracteriza al Adviento es el del salmo 24: “A ti, Señor, levanto mi alma, Dios mío, en ti confío: no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos; pues los que esperan en tu no quedan defraudados”.
Confiemos en Dios y no quedaremos defraudados. Tengamos confianza, pues esta obra es de de Dios y Él la llevará adelante. Vivamos una esperanza gozosa, alegre, activa, dinámica. La esperanza es un don, es una gracia, pero también es una responsabilidad; sí, contagiemos a los demás de esperanza. Animemos a los desesperanzados con nuestra vida comprometida; animemos a los hombres y mujeres de nuestro mundo con una esperanza activa, responsable.
Veamos los lados luminosos de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestra Diócesis; descubramos sus signos de vida. Anulemos el pesimismo que muchas veces llega a nuestros corazones y que tiende a expandirse. Tratemos de leer lo que está en el fondo de lo que simplemente aparece en los hechos de la superficie. Seamos promotores de esperanza.
La actualización de nuestro Plan Diocesano de Pastoral es una tarea esperanzadora, que requiere nuestro tiempo y creatividad como pastores. No permitamos que se opaque esta llamada del Espíritu con pesimismo, desesperanza, derrotismo, indiferencia… Nuestra confianza en Dios neutraliza esos espíritus.
Dispongámonos también a recibir el próximo 27 del presente, el don que el Espíritu concede a nuestra Diócesis: las ordenaciones sacerdotales y diaconales. Nuestro pueblo siempre ora por las vocaciones y el presbiterio las respalda con su labor apostólica y fraternidad sacerdotal. Que el mismo Espíritu llene los corazones de los futuros sacerdotes y diáconos para que, desde la caridad pastoral, sirvan la pueblo de Dios.
Que María, bajo la advocación de Nuestra Señora de Ocotlán, y san José, Patrono de la Iglesia universal, nos acompañen en esta hora de la Diócesis que nos ha tocado vivir. ¡Feliz Navidad! Que nuestro Padre Dios los bendiga abundantemente en el nuevo año, que está por llegar. ¡Felicidades!