CDMX.- 6 de enero de 2018
El seis de enero, es de los más esperados por los niños mexicanos, la noche donde se apresuran para ir a la cama para en la mañana a primera hora encontrar sus juguetes en el nacimiento, la noche donde los Reyes Magos pasan por cada hogar, aunque no todos los niños corren con la misma suerte.
Los niños que trabajan en los cruceros, aquellos que hacen malabares y que piden una moneda a cambio, niños que buscan ganarse el pan de cada día mantienen aun la inocencia, aunque algunos ya no tanto.
De la inocencia a la desilusión
Luis, de ocho años de edad, con una sonrisa en el rostro y trabajando limpiando parabrisas reveló que él sí esperaba un juguete “yo sí creo en ellos, aunque mis amigos me dicen que ya estoy grande para creer en ellos, pero a mí no me importa”.
Luis dedica parte de su tiempo a trabajar ya que indicó que así se lo inculcaron sus padres, a trabajar y saber lo que es ganarse una moneda y poder comprar, señaló que ahorita en temporada de vacaciones aprovecha el tiempo, pero está listo para regresar a la escuela. Agregó que él ya mandó su carta a los Reyes “yo pedí un avión a ver si me lo traen, sí me porte bien. Mi hermano también pidió un carro de pilas”.
Limpian a cambio de juguetes
El rostro de Gus, reluce manchado con grasa de los coches que limpia, también por el sudor que se le escurre cuando el sol pega más fuerte. Su jornada es agotadora, pero el niño de 9 años sonríe porque los automovilistas le regalaron una pelota y dulces. Hoy espera que le regalen más juguetes.
Son más de 30 pequeños, que van de los 4 a los 12 años, que a lo largo de la avenida José María Pino Suárez pasarán su día trabajando bajo los semáforos.
La mayoría se instala en el cruce con la vialidad Solidaridad Las Torres, en los límites de Toluca con Metepec. Allí conocimos a “Gus”, Pepe, César, Cris, Marichuy, Ángel, Rubí y Yulisa, cada uno con una labor en el crucero, que va de limpiar parabrisas, hacer malabares, vender bebidas e incluso sólo esperar a que sus padres terminen la jornada.
“Nosotros venimos de lejos, se llama San Pedro el Alto, aquí nos quedamos unos días y luego nos vamos”, explica César, el más suelto al hablar. Tiene 12 años, revela, pero su baja estatura, como la del resto de sus compañeros, les aparenta menor edad.