El enigma prevalece a 43 años de su descubrimiento
Pedro Morales
REPORTAJES ESPECIALES (II)
Para el mundo occidental, Cacaxtla es conocida desde los primeros contactos entre las civilizaciones del Viejo y el Nuevo Mundo, ya que desde la Colonia ha sido visitada por hombres interesados en conocer el lugar, guiados por los lugareños que reconocían la importancia que tuvo para sus antepasados.
Si bien se le tenía registrada y fotografiada desde la primera mitad del siglo XX, en 1975 cambia el interés en magnitud y motivación, ya que por azar se encuentran las pinturas murales que conocemos, las cuales además de conservarse en buen estado contienen escritura y rasgos culturales ajenos al contexto regional.
Al intentar explicar el conjunto de datos aportados por las investigaciones arqueológicas, se ha recurrido a la iconografía y a las fuentes históricas, sin que hasta el momento contemos con una respuesta del todo satisfactoria. La ponencia se ocupara de analizar estas propuestas y el estado que guarda el conocimiento del lugar.
Durante el desarrollo de nuestras investigaciones de campo y gabinete en torno a Cacaxtla, hemos encontrado que existen significativas discrepancias entre los datos arqueológicos y las fuentes documentales, a pesar de las cuales algunos autores han atribuido erróneamente la construcción de Cacaxtla y la autoría de sus pinturas murales a los olmeca xicallancas (Santana; 1990a y 1990b).
El problema de origen es la persistente y tenaz atribución de la cultura arqueológica que conforman los materiales y monumentos de Cacaxtla al grupo histórico antes citado que es conocido por medio de documentos coloniales, ignorando deliberadamente los datos discordantes para dar origen así a una entelequia al parecer obvia e irrebatible.
Como un elemento que ejemplifica nuestra argumentación inicial basta citar que, después de cuarenta y un años de investigaciones, la iconografía característica del lugar no se ha encontrado repetida en materiales procedentes de Cholula, Chalco o algún otro asentamiento inclusive más cercano, sujeto a esta metrópoli regional «principal asiento y fortaleza de los olmecas xicallancas».
En la búsqueda de la explicación que requieren los materiales arqueológicos, se ha creado por asimilación, una cultura completa de composición étnica, lenguaje, arquitectura, estructura social, religión, territorio y metrópoli; sobre su génesis abundamos a continuación.
Descubierta la primer pintura mural en el lugar en 1975, la arqueología del Altiplano Central inmediatamente vio nacer la «Fase Cacaxtla» (Abascal et.al., 1975) periodo que fue incrustado en la periodificación de la región sin mediar nuevas investigaciones con datos que la justificaran como nueva propuesta; de esta forma, las pinturas y los materiales asociados a ellas ya tenían un ámbito temporal propio.
Sobre el contexto espacial del sitio, el territorio que ocupaban los olmecas xicallancas de Cholula, delineado por Kirchhoff, Odena y Reyes (1976; 257) en base a los datos contenidos en la Historia Tolteca Chichimeca y los Anales de Cuahutinchán, no incluía el área en donde se localiza Cacaxtla.
Esto no representó ningún problema para hacer compatibles los datos históricos con los arqueológicos y así, para 1986 (López y Molina; el territorio se hizo crecer con la finalidad de que el «principal asiento y fortaleza» de este grupo quedara incluido, subsanando así la “omisión” en aquellos documentos históricos.
En lo personal discrepo de este procedimiento, y considero que la información contenida en las dos fuentes citadas y en la Relación de Cholula (Rojas, 1927), donde se enumeran los pueblos sometidos a este grupo, (entre los cuales no se menciona Cacaxtla ni los pueblos tlaxcaltecas vecinos), debería de ser tan digna de crédito como la referencia en la “Historia de Tlaxcala” donde se describen el lugar y se le atribuye su autoría a los olmeca xicallancas, que al parecer ni siquiera lo conocieron.
Por ello considero que para la comprensión y adecuado estudio de la problemática de Cacaxtla, sus habitantes y el área circundante es imprescindible revisar la cronología local, ubicando correctamente los hechos registrados en los depósitos arqueológicos del sitio.
Así mismo, es necesario revisar la metodología que ha conducido a conclusiones incorrectas pues nos muestran un panorama aparentemente claro sobre el lugar, que en realidad está cimentado en la agregación mecánica de información en torno a un problema más que en la integración articulada de los datos.
Se ha explicado la totalidad por medio de una suma de las partes, confundiendo esto con un proceso de síntesis, ya que se ha basado en la ambivalencia en el manejo de algunos conceptos, conduciendo a confusiones.
¿TODOS LOS OLMECAS HISTÓRICOS SON XICALANCAS?
La problemática de Cacaxtla presenta varias vertientes, cada cual con sus propias explicaciones, que aparentemente la enriquecen con información, pero que en la realidad su uso inadecuado ha conducido a equívocos y confusiones (Santana; 1990a) e inevitablemente nos permiten vislumbrar el verdadero problema:
¿Quiénes son los autores de las pinturas murales? y, por otra parte
¿Quiénes son los olmecas xicallancas, cuál es su desempeño histórico en el área, sus atributos culturales, su ubicación en el tiempo y espacio y cual es su vinculación con el lugar?
Como punto de partida analizamos las características de esta asociación recurriendo a consultar la obra de Diego Muñoz Camargo (1948), en virtud de que en ella se describen las características del lugar (sin darle una denominación o topónimo), vinculándolo con los olmeca xicallancas, a quienes atribuye su ocupación en una época pretérita indeterminable.
Es importante citar que, según Meade (1985; 6) Muñoz Camargo escribe su obra alrededor del año 1576, o sea aproximadamente seiscientos años después de los hechos que presuntamente vinculan a Cacaxtla con ese grupo, lapso de tiempo mas que suficiente para enturbiar cualquier recuerdo.
Respecto a la credibilidad que podemos depositar en este autor y sus informantes, como punto de comparación que también son seiscientos años los que nos separan actualmente (2016) de la época feudal en Europa y del acenso al gobierno de los mexicas de su segundo Tehcutli: Acamapichtli.
Hechos que a pesar de su importancia, seguramente más del 90 % de nuestra población contemporánea seria incapaz de describir y ubicar en el tiempo sin ayuda de textos de referencia, de los cuales seguramente carecieron los informantes del autor citado.
Podemos afirmar lo anterior a partir de la información arqueológica que caracteriza a la región de Nativitas, ocupada por una población escasamente rural que vivía en cuevas antes de la conquista europea, la cual fue diezmada por esa guerra y posteriormente en 1520 por la primer gran epidemia de viruela que produjo una severa mortandad, que lo mismo mato a campesinos que a sacerdotes y gobernantes indígenas, depositarios de la autentica historia de sus pueblos.
A pesar de que varios autores consideran que las preguntas sobre quienes lo construyeron y cuando lo habitaron están ya contestadas gracias a dicho texto, en nuestro caso sostenemos que no es así, ya que al confrontar los datos arqueológicos con los históricos no presentan la imprescindible concordancia que probaría sin lugar a dudas que el lugar y los hechos que se le atribuyen forman una unidad.
El error radica en asumir literalmente como cierto todo lo afirmado en la «Historia de Tlaxcala» sin someterlo a un análisis crítico sobre las motivaciones y el contexto histórico social del autor y su obra, lo cual consideramos imprescindible para saber porque escribió, para que y para quién, como obtuvo sus datos y que intereses representaba en su sociedad entre otros aspectos.
Nacido alrededor de 1528, Diego Muñoz Camargo viajó en 1580 a Europa como interprete al servicio de la comisión de indígenas que se entrevistó en España con el Rey para solicitarle la expedición de varias cédulas reales, las cuales otorgarían privilegios especiales a los señores principales de las cabeceras de Tlaxcala.
En ellas actuó como interprete por la facilidad que le otorgó ser bilingüe por ser su madre indígena y su padre español, lo cual el rey Felipe II le reconoció.
Por ser hijo de conquistador y poblador recibía como privilegio la ayuda de costas y situación de quitas por merced y cédula real (Reyes, 1998a; 16).
Entre 1560 y 1592 escribió varios informes y reportes encargados como parte de sus actividades de funcionario público al servicio de los intereses de la nobleza indígena, y es a partir de esta información que fue acumulando conocimientos que posteriormente cobraron forma en el texto que hoy conocemos como Historia de Tlaxcala.
Es importante enfatizar que estos documentos al ser elaborados no obedecían a una vocación por conocer y conservar el conocimiento de los hechos del pasado ni pretendían ser objetivas obras de investigación y divulgación del conocimiento, pues tenían como finalidad probar el linaje de los nobles indios y sus derechos ancestrales como gobernantes sobre ciertos territorios, y en otros casos reportar la información que la metrópoli requería sobre los territorios recién conquistados.
Cuando el personaje regresó a la Nueva España fue nombrado procurador y consejero del gobernador indio local, cargo que ocupó durante catorce años, y posteriormente participó en las misiones de colonización en el norte de la Nueva España (Meade, 1985).
A través de su vida, Muñoz Camargo estuvo asociado al gobierno español en Tlaxcala como teniente de alcalde mayor e interprete de la corte, fungiendo a veces como apoderado de indios o de españoles; así mismo fue encargado de las limosnas de Cruzada y fue terrateniente, comerciante en bienes raíces, administró el mesón de la ciudad y con su hermano administró ranchos, comerciando con los productos derivados del ganado.
Si bien al parecer en su vida gozó de distinciones y privilegios, también padeció episodios desfavorables, como aquel en que incluso el rey Felipe II dispuso se investigaran sus cuentas y las de los cuatro representantes de los Señoríos con los cuales viajo a Europa, pues algunos indios se quejaron de que se les impusieron gravosos tributos para costear dicho viaje, y que además el cobro se prolongó posteriormente de manera injustificada.
Al leer la «Historia de Tlaxcala» con mirada crítica y con las reservas anteriormente citadas, no parece extraña la actitud que refleja el autor al escribir mostrándose como alguien conocedor de la historia de los indígenas pero ajeno a ellos, ya que es evidente que en sus intereses y expectativas se identificaba más con los hispanos que con los nativos.
En los capítulos referentes a la conquista por ejemplo, hace clara distinción entre los españoles, a quienes llama “los nuestros”, y sus amigos tlaxcaltecas:
«…llegados los nuestros y puestos en ordenanza a donde debían ser recibidos, llegó Xicotencatl a abrazar a Hernando Cortés y hacelle la salva como en efecto lo hizo…» (Muñoz, 1948; 200).
“…Habiendo pues acabado Cortés un negocio tan heroico y arduo de haberse convertido por su orden y mano los cuatro Caciques y cabeceras de Tlaxcalla, …para que ansí mismo viniesen en conocimiento de Dios y de la verdadera lumbre de nuestra Santa Fe…” (Ibíd.; 223)
“…corrió la fama por toda la tierra hasta México, donde puso horrible espanto, y mas en ver y entender que los Tlaxcaltecas se habían confederado con los dioses, que ansí generalmente eran llamados los nuestros en toda la tierra de este Nuevo Mundo…” (loc. cit.; 224)
“…Los Tlaxcaltecas, nuestros amigos, viéndose en el mayor aprieto de la guerra y matanza, llamaban y apellidaban al Apóstol Santiago…” (Muñoz, 1998; 212)
“…Como nuestros españoles y los de Tlaxcalla hubieron conseguido tan grande victoria y tomada la ciudad de Cholula, y quedando por misericordia, prosiguieron su viaje a la ciudad de México…”(ibid; 213)
Los investigadores que para el caso de Cacaxtla le conceden una credibilidad absoluta al autor asumen la filiación étnica que le atribuye a los habitantes del lugar y que este efectivamente fue su principal asiento y fortaleza, sin reparar en que cuando se comenzó a construir (aproximadamente 350 años antes de Cristo) los olmecas xicallancas aún no ponían un pie en Tlaxcala.
Tampoco hacen referencia a las afirmaciones del mismo autor donde señala que antes del arribo de los olmecas el actual territorio de Tlaxcala estaba despoblado, lo cual bien pudo ser ocasionado precisamente por su amenazante presencia, ya que esta bien documentada la presencia de pobladores en la región desde épocas remotas.
Las investigaciones arqueológicas realizadas desde los años sesenta en la región han demostrado que aproximadamente 8,000 años antes de la construcción de los monumentos que hoy conocemos como Cacaxtla el territorio tlaxcalteca ya estaba habitado.
En la introducción de la edición 1998 de la «Historia de Tlaxcala», Reyes García refiere que su autor, al recurrir a varios documentos indígenas y coloniales como fuentes de información, se enfrentó a las naturales contradicciones e imprecisiones que presentan los datos que consignan un autor y otro, motivando que incluso el propio Muñoz Camargo se justificara con las siguientes palabras:
«…Habiendo inquirido y buscado mucho tiempo, con curiosidad y cuidado, la venida de estos naturales ansí entre los antiguos y modernos y de dónde hayan tenido origen y principio, siempre he hallado grandes contradicciones en ellos propios, tan discordes y diferentes, que hay muy pocos que puedan atinar a hacer verdadera relación dello…» (Reyes, 1998b; 47).
Ello es comprensible porque además del carácter etnocéntrico de los relatos, estos fueron recopilados y redactados para que sirvieran como documentos probatorios que exaltaban las cualidades de los caudillos tlaxcaltecas y sus seguidores con la finalidad de fundamentar y reafirmar los derechos que defendían frente al gobierno colonial, ajeno a su historia.
Sin restarle méritos a la obra de Muñoz Camargo es evidente que esta se basó en informantes y fuentes diversas cuya confiabilidad es incierta, siendo además matizada por la percepción del autor y los intereses que representaba al elaborarla.
Es por ello que la información que contiene su obra debe ser corroborada con otras fuentes de información, como es en este caso la arqueología, antes de reconocerle una veracidad plena.
En lo personal, mi conclusión es que en el caso de Cacaxtla los datos disponibles nos indican que los olmecas xicallancas no fueron los constructores del lugar.
Además, el propio autor refiere que el grupo que nos ocupa fue expulsado del área, motivo por el cual la veracidad de sus informantes es incierta ya que no forman parte del mismo.
A partir de la relación establecida por estos autores entre el lugar y los olmecas xicallancas, los especialistas que se han ocupado de investigar sus pinturas murales y el contexto de estas han asumido como cierto este vínculo.
Sin embargo, de manera contradictoria, encontramos que un argumento recurrente en la bibliografía relativa a Cacaxtla, incluso de los mismos autores citados, es aquel que caracteriza a los olmecas xicallancas como un grupo poco conocido, y por ello existen grandes dificultades para comprender y estudiar el lugar.
Tal argumento toca el punto toral de esta disertación: no conocemos suficientemente Cacaxtla, a diferencia del grupo al cual se le ha vinculado.
A partir de estas fuentes de información y de trabajos de campo recientemente efectuados en aquel momento, hacia la década de los años cuarenta, la comunidad antropológica se planteó la necesidad de hacer un balance de las aportaciones que paulatinamente había acumulado las investigaciones de la época.
La conclusión de estos trabajos fue que los olmecas históricos son cuando menos dos grupos bien diferenciados: los popoloca-mazatecos llamados nonoalcas y los nahua-mixtecos llamados olmeca-xicallancas.
De esta forma, se ha fechado el conjunto de hechos narrados por las fuentes documentales y sus implicaciones por medio del material arqueológico que a priori ya ha sido vinculado a un grupo histórico, antes de ser ubicado en su contexto objetivamente.
Por estos motivos desde hace cuatro décadas se asume como explicación oficial que Cacaxtla es la capital de los olmecas xicallancas, cuyo origen es la costa del Golfo de México y que en este lugar concurren rasgos culturales mayas y de otras áreas ajenas a la poblano-tlaxcalteca, ubicando todo ello y la construcción del Gran Basamento antes del año 750 de nuestra era.
Con el antecedente de las precisiones contenidas en los estudios ya citados, consideramos que si bien algunos de estos rasgos pueden ser atribuibles a los olmecas xicallancas y aparentemente ofrecen explicaciones sobre Cacaxtla, sus habitantes y sus obras.
En realidad deben de ser manejados considerando sus diferencias de índole geográfica, cronológica y cultural, además de que la vinculación de Cacaxtla con este grupo en particular a nuestro juicio se sustenta exclusivamente en la relación que les atribuye Muñoz Camargo en el siglo XVI, que no ha sido comprobada.
(Sigue parte (III)