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El Presidente se puede tocar

CDMX.-18 /12/2018

Son las 10:37 de la mañana y en los grupos de Whatsapp de los empleados de las aerolíneas que operan en la Terminal 1 del Aeropuerto Internacional Ciudad de México comienza a correr el siguiente mensaje “El peje está en la sala 15”.

Con celular en mano los de chaleco fluorescente, las azafatas de color lila y hasta los pilotos de azul corren por el pasillo de la terminar aérea hasta la sala en la que no han pasado ni cinco minutos desde que el Presidente llegó para abordar un vuelo a Mérida y ya hay al menos cuarenta personas que le piden una selfie.

Hacer fila es una de esas cosas que en México parecen irremediables. Los aeropuertos son esos lugares donde uno hace “cola” hasta tres veces antes de subir a un avión. Quizá por eso los trabajadores de las aerolíneas suspiran de resignación y toman su turno para la foto con el primer Presidente mexicano que vuela en comercial.

De mil amores, Andrés Manuel López Obrador deja que se le cuelguen del cuello, que lo bese, le acaricien las canas, que le den apretones de mano y que lo apachurren ante la mirada atónita de rubios extranjeros que, en la misma sala, miran de lejos cómo la gente se arremolina, se empuja y se codea con tal de tocar al tabasqueño.

–“Who is he?”, pregunta una voz anónima.

–“The President… of course!“, responde una mexicana que hace unos momentos estaba en el corazón del arremolinamiento y ahora envía triunfante su foto con AMLO en a sus chats de Whats.

López Obrador intenta avanzar hacia los asientos de la sala de espera. Descubre que hay una media de 20 solicitudes de foto por cada paso que intenta. Se rinde y mejor se mantiene de pie. La Ayudantía requiere sin éxito tener un poco de orden, pero la pasión es una de esas cosas que no pide permiso.

“¡Siga viendo por los más pobres señor presidente!”, grita un hombre de pants; “¡Ay, yo pensé que no iba a poder tomarme una foto!”, dice una señora con la respiración difícil y una joven consigna “¡Lo apoyamos Obrador, no se rinda!”.

Dentro del avión la gente intenta a volver a la normalidad, pero el primer en romper el pacto de silencio es el piloto que una vez que se ha concentrado en el despegue de la aeronave para 300 pasajeros y vuela a 33 mil pies de altura cuenta una anécdota.

“Señoras y señores les habla el capitán Humberto Berrones… aprovecho para contarles que tengo 25 años de carrera y nunca había experimentado el honor de pilotar la aeronave que traslada al señor Presidente de México… que disfruten el viaje”, dice y Andrés Manuel en alguno de los 200 asientos sonríe agradeciendo el gesto.

Las auxiliares de vuelo esperan a que el Presidente se levante para ir al baño. Es la señal para ir hasta la cabina, correr la cortina que divide la zona de la primera clase y esperan a que el tabasqueño salga. López Obrador accede a las fotos necesarias y regresa sonriendo a su asiento.

Una mujer se levanta y va hasta donde se encuentra el Presidente. “Le traigo esta carta, la acabo de escribir, denuncio la venta de plazas en los hospitales de Yucatán y también que no tenemos prestaciones, que te pueden despedir en cualquier momento”, le explica como si tuviera prisa.

El Presidente la escucha y emite una respuesta genérica: “Todo eso se va a solucionar”. Más tarde, en Mérida les dice a ocho gobernadores su intención de comenzar con un proceso de basificación para 80 mil trabajadores del sector salud que no tienen contrato.

Después de una hora y 15 minutos de vuelo AMLO ha llegado a la Ciudad Blanca y al descender del avión se encuentra con el Capitán de la aeronave que ha salido de la cabina para despedirlo. “Muchas gracias”, le dice el mandatario.

Antes de salir del aeropuerto López pasa al baño y la Ayudantía cierra el acceso, las  necesidades presidenciales matan los llamados biológicos de cualquier otro mortal. Al salir de nuevo los tumultos, las selfies, los videos, las porras y las consignas pro Cuarta Transformación.

“¡Sigue así, abuelo. No te rindas!”, le gritan un grupo de jóvenes que se comen un hot dog en un restaurante caro del aeropuerto. Esos perros calientes, en tierras de panuchos, parecen igual de absurdos y más cuando uno escucha el precio, 80 pesos por cada uno.

–¿Cómo es que se entera toda esta gente de la llegada del Presidente?, se le pregunta a un empleado de la terminal aérea.

–“Mandaron un mensaje por Whats y ahí nos enteramos que llegaba en el vuelo 2520 a la una de la tarde”, responde con ese color característico de los yucatecos al hablar.

El día está nublado y el termómetro marca 30 grados. Cuando el Presidente se sube a una camioneta para asistir a la presentación de su plan de salud en el Centro Internacional de Convenciones alrededor de 50 personas se quedan satisfechas afuera del aeropuerto.

“Lo pudimos tocar”, celebra entre risas coquetas una mujer morena entrada en los 40.