Pedro Morales
Especial
La celebración de los 500 años del encuentro de dos culturas en este 23 de septiembre del 2019; fue el choque de dos culturas que en Tlaxcala cobra especial relevancia porque los pros y contras no se acaban.
Ahora se trata de impulsar -todos por obligación- a La Nueva Tlaxcala que a diferencia de hace 500 años, enfrenta el porvenir en condiciones diferentes, pero sin perder sus costumbres e identidad.
Tlaxcala tiene por delante un horizonte de esperanza basado en la realidad y la confianza que no se obtiene por la suerte, sino por la preparación de su juventud que es la que va a tomar la estafeta de las actuales generaciones.
La semilla ha sido sembrada.
No hay que olvidar que el repaso histórico de los acontecimientos nos muestra que Tlaxcala siempre ha ganado con las alianzas, así como en antaño, ahora son las alianzas entre partidos las que definen el rumbo de los gobiernos.
Cabe resaltar que Tlaxcala ha conservado sus costumbres y tradiciones, con cambios, pero con el respeto que da el trato de iguales que muchos no van a entender, ni entenderán.
Tlaxcala no puede permanecer estancada o viviendo de sus pasadas glorias, el reto es conservar su grandeza y mantener intacta esa tlaxcaltequidad que no es otra cosa que el diario convivir con respeto y cordialidad, como nos enseñaron nuestros ancestros.
En el marco de estos 500 años, nada fue fácil, pero a final de cuentas tenemos que Tlaxcala nunca, nunca, nunca ha sido, ni será conquistada y sin duda su independencia y libertad de la que gozamos sus hijos será eterna.
Nada fue fácil y como muestra en esta entrega especial, se comparte una parte de la historia que poco se ha querido reconocer y menos difundir, por parte de algunos nuevos “gachupines de huarache”.
Así tenemos que ahora en territorio tlaxcalteca de Calpulalpan, es donde se ubica la zona arqueológica de Zultépec-Tecoaque, era a principios del siglo XVI un importante poblado prehispánico, parte del señorío acolhua localizado en la región occidental del actual estado de Tlaxcala.
De acuerdo con datos históricos, entre febrero y marzo de 1521, el señorío acolhua de Zultépec fue asolado por Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor de Hernán Cortés, quien vengó la captura de una caravana compuesta por más de 550 personas (entre españoles, esclavos y aliados indígenas), que en un lapso de siete y ocho meses fue sacrificada y su carne fue consumida ritualmente por los pobladores de dicha urbe, anexada a la Triple Alianza.
Conocida como Tecoaque, “lugar donde se comieron a los señores o dioses”, esta ciudad nunca volvió a ser ocupada; este factor hoy permite a investigadores del INAH acceder a vestigios prácticamente intactos que narran el colapso de este asentamiento.
Durante la investigación en el centro ceremonial del asentamiento, se localizó al interior de una oquedad una concentración de catorce cráneos de conquistadores españoles que fueron ofrendados a las deidades locales.
El conjunto estaba cubierto con una vasija grande decorada con diferentes motivos iconográficos.
Los cráneos estaban en buen estado de conservación y presentaban como característica especial perforaciones casi circulares en ambas regiones parietotemporales, lo que permitió inferir que habían estado expuestos en algún momento en un Tzompantli, altar en que se colocaban las calaveras de los sacrificados.
Considerando lo anterior, los sacrificios descritos se inscriben en un momento histórico de inestabilidad y guerra.
Dicho ritual manifestó, en ese momento, una súplica a los dioses para que mantuvieran el mundo y el equilibrio del cosmos, además de un intento de sumar a sus fuerzas las de los enemigos ingiriendo su sangre y su carne.
El sitio fue ocupado entre los años 300 y 500 por el pueblo teotihuacano y de 1300 a 1520 por la civilización acolhua.
Pero su legado histórico se encuentra en un pasaje de nuestra historia de hace 500 años y es poco conocido por los tlaxcaltecas mexicanos.
Es un acontecimiento de la historia muy importante sobre todo para quienes piensan que la conquista fue fácil desde sus inicios, aquí hay evidencia de que antes de que se realizara la alianza entre hispanos y tlaxcaltecas, corrió sangre y se perdieron vidas.
Hacia 1990, estudiosos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, investigan el sitio arqueológico, Zultepec-Tecoaque, mediante el Proyecto de Influencias en la Época Clásica y Posclásica en la región de Calpulalpan, Tlaxcala.
En 2006 fue descubierto el yacimiento arqueológico, para 2009 apenas habían concluido las primeras excavaciones dos de las 32 hectáreas de la zona. El INHA puso a cargo del proyecto al arqueólogo Enrique Martínez Vargas con un presupuesto de solo 87 pesos.
Fue en ese 2009 también cuando se tuvieron las primeras entrevistas, el investigador quien realizaba excavaciones en aquel entonces en el sitio de “La Herradura”.
El sitio estaba invadido por casas, pero se resguardo un edificio y donde se descubrió el entierro de un importante guerrero tlaxcalteca que fue sepultado rodeado de tres doncellas, una negra zamba y dos mulatas con vasijas en forma de maguey que son tan particulares y únicas en el continente.
Enrique Martínez Vargas contagiaba durante la entrevista de su emoción, desde un principio sostuvo la tesis de que en algún lugar deberían de estar enterrados los restos de los españoles.
Incansable y con ese amor y locura que tienen los arqueólogos, no paraba de investigar y consultar las fuentes históricas, un buen día compartió un importante descubrimiento que lo mantenía en constante actividad.
En sus excavaciones en Tecoaque descubre vestigios de la presencia de los conquistadores españoles, un camafeo, botones, un espadín y una brida de caballo percherón que aparecieron abajo la tierra.
Años más tarde, el investigador tenía reservada una sorpresa, la cita fue allá entre las pirámides, intensa movilización se notaba y con una gran sonrisa en la boca nos invitó a bajar por lo que parecía un pozo.
Bajar por las escaleras amarradas por más de ocho metros causa cierta inquietud, cables y focos alumbran la escena al fondo del aljibe en forma de olla, que en su contorno redondo tenía cuidadosamente colocados huesos de diferentes tamaños.
Un olor como a cloro, muy penetrante dejaba ver restos de huesos largos, era evidente que fueron escondidos en ese lugar, de tal forma que si alguien se asomaba al pozo, no vería absolutamente nada.
Al salir, el arqueólogo Martínez Vargas comentó que se trataba de un aljibe, en cuyo interior fueron escondidos restos de caballos percherones, jaguares, monos y otros animales que traía consigo la caravana que venía de Tabasco.
RELATO VIVENCIAL DE LOS INVESTIGADORES
Los arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Enrique Martínez Vargas Ana María Jarquín Pacheco han compartido sus experiencias que cada día se enriquecen con nuevos descubrimientos.
Nos narran que Zultépec-Tecoaque era a principios del siglo XVI un importante poblado prehispánico, parte del señorío acolhua localizado en la región occidental del actual estado de Tlaxcala.
Fundado aproximadamente en el año 1200 d.C. sobre evidencias de construcciones teotihuacanas, fue destruido en 1521 por conquistadores españoles como castigo por la captura y el sacrificio de una caravana integrada por hispanos y algunos indígenas aliados.
Las derruidas edificaciones llamaron la atención desde tiempos coloniales tempranos y el lugar fue identificado como Tecoaque por los habitantes indígenas de la región, nombre que podría significar “lugar donde se comieron a los señores o dioses”.
Uno de los resultados del más reciente proyecto de investigación fue identificar el nombre del lugar en el periodo Posclásico Tardío, el cual era en lengua náhuatl Zoltépec o Zultépec (cerro de las codornices).
Los datos plasmados en las fuentes históricas y las tradiciones locales, así como la exploración arqueológica del sitio, permitieron relacionar a Tecoaque con el sitio de Zultépec mencionado en documentos de los siglos XVI y XVII.
Entre las menciones relacionadas con el antiguo asentamiento de Zultépec, luego identificado como Tecoaque, se encuentra la referida a la captura en 1520 de una caravana proveniente de la Villa Rica de la Vera Cruz y al posterior sacrificio de sus miembros, europeos y algunos indígenas aliados, en un asentamiento acolhua de la región de Texcoco.
Las fuentes hispanas donde se relatan los sucesos son las Cartas de relación (segunda y tercera) enviadas por Hernán Cortés al emperador Carlos V de España, documentos de los que emanan la Historia general de las Indias de López de Gómara y la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, en los cuales se relatan los mismos acontecimientos.
Estando Cortés en Tenochtitlán fue informado de la llegada a las costas de Veracruz de navíos procedentes de Cuba al mando de Pánfilo de Narváez, enviado por el gobernador de Cuba para capturarlo.
Después de dejar organizada a su gente bajo la responsabilidad de Pedro de Alvarado, el conquistador partió hacia Cempoala. Luego de vencer a los recién llegados hizo prisionero a Narváez y a algunos de sus hombres, ya que otros se unieron voluntariamente a él.
Días después, estando Cortés aún en Cempoala, tuvo noticias de Tenochtitlán, enterándose de que en esa ciudad los indígenas tenían cercados a los españoles debido a que Alvarado había ordenado una matanza de nobles indígenas.
Después de dejar organizada una caravana que lo seguiría llevando enfermos y propiedades de los europeos, el conquistador regresó a la capital de los mexicas.
EL SACRIFICIO DE LOS ESPAÑOLES
El 21 de junio de 1520 entró a la ciudad, quedando sitiado hasta la llamada “noche triste”, durante la cual escapó con parte de sus hombres, llegando siete días después al poblado tlaxcalteca de Hueyotlipan.
En este lugar se enteró, por los tlaxcaltecas, de la captura de la caravana de 550 gentes, así como del posterior sacrificio de todos sus integrantes y animales que traían consigo.
Destaca Cortés la muerte de cinco a caballo, 45 peones hispanos así como de cientos indígenas aliados, al igual que la de un criado de su confianza que traía cosas de su propiedad.
Señala que en Cempoala había dejado cosas suyas y de sus compañeros, siete mil pesos de oro fundido, catorce mil pesos de oro en piezas y otras muchas cosas que valían más de treinta mil pesos de oro.
En la Tercera carta de relación, Cortés informa que, estando en Texcoco preparando la reconquista de Tenochtitlán, envió a Gonzalo de Sandoval con quince de a caballo y doscientos peones por los bergantines que tenía en Hueyotlipan y que al mismo tiempo mandó a “que destruyese, y asolase un pueblo grande, sujeto a esta ciudad de Tesaico, que linda con los términos de la Provincia de Tascatecal”, debido a los sucesos.
Relata en la misma carta que, después de la captura de los miembros de la caravana, los indígenas los sacrificaron y les sacaron el corazón frente a sus ídolos, además de que cuando Gonzalo de Sandoval pasó por el pueblo halló en una pared blanca, escrita con carbón, la frase:
“Aquí estuvo preso el sin ventura de Juan Yuste”, se trataba de un hidalgo de los cinco de a caballo.
Comenta, además, que, cuando los indígenas vieron que el alguacil mayor llegaba para castigarlos, comenzaron a huir pero los hispanos les dieron alcance y mataron a muchos; el resto de la población fue esclavizada, y el lugar quedó abandonado.
EL DESCUBRIMIENTO
Durante las excavaciones en los contextos arqueológicos del sitio hubo una serie de hallazgos, destacando el descubrimiento de una cantidad importante de entierros humanos, algunos de los cuales eran de origen europeo.
El análisis de la información recuperada permitió verificar la información plasmada en los documentos históricos ya mencionados, ayudando a ubicar el sitio en el tiempo y el espacio.
Durante la investigación en el centro ceremonial del asentamiento se localizó al interior de una oquedad una concentración de catorce cráneos. El conjunto estaba cubierto con una vasija grande decorada con diferentes motivos iconográficos.
En 1997 Carlos Serrano confirmó la presencia de europeos entre los cráneos hallados, así como de una mulata y de indígenas mesoamericanos, además de notar la presencia de huellas de corte en los cráneos y con ello corroborar el sacrificio de los capturados, con la posible ingestión de su carne.
De los catorce cráneos, doce no presentan mandíbula inferior. En cuanto a los maxilares superiores, muestran una pérdida casi total de sus piezas dentarias y las pocas que aún conservan están fracturadas o con fisuras, resultado posible de su cocimiento.
Los grados de intemperismo mostrados en los cráneos permiten inferir, además, que fueron colocados en el Tzompantli en parejas, uno masculino y otro femenino.
Asimismo, destacan las huellas de los cortes realizados con el fin de desprender los músculos que los cubrían para su posterior ingesta ritual.
Como resultado del análisis realizado se definió que siete de los catorce cráneos son masculinos y siete femeninos, dividiéndose en dos grupos.
El primero, de origen amerindio, está integrado por tres cráneos con características morfológicas que permiten proponer su origen otomí; por dos cráneos que pertenecen a personas originarias de la costa del Golfo y por otros dos relacionados con grupos étnicos del centro de México, posiblemente tlaxcaltecas; todos ellos masculinos.
Por último, destaca la presencia del cráneo de una mujer, que por sus características morfológicas se presupone del área maya. En el segundo grupo, de origen no mesoamericano, se ha podido confirmar la presencia del cráneo de una mulata; el resto de los cráneos son de personas de origen europeo.
También se ha podido concluir que los cráneos expuestos en el Tzompantli de Zultépec-Tecoaque, correspondían a personas adultas, de entre 20 y 35 años.
Con sustento en la información plasmada en algunas fuentes históricas, en especial en las descripciones de la festividad de Panquetzaliztli –el decimoquinto mes del calendario náhuatl– realizadas por los frailes Sahagún, Durán y Benavente, además de con información arqueológica recuperada en el sitio, se pudo establecer que fue durante esta celebración que se sacrificó a algunos de los miembros de la caravana capturada.
Narra Sahagún que a los nueve días de ese mes aparejaban a los que habían de matar y los adornaban con muchos papeles; al final hacía un baile con ellos, durante el cual cantaban los esclavos, para después sacrificar a los cautivos y luego a los esclavos en el templo dedicado a Huitzilopochtli.
Los cuerpos de los sacrificados eran arrojados por las escaleras. Los datos arqueológicos permiten inferir que los decapitaban para luego desmembrarlos y comer sus carnes; por último, que sus cabezas eran ensartadas en el Tzompantli.
Durán, por su parte, relata que las calaveras expuestas en la empalizada eran las de los sacrificados en dicha festividad. Destaca que los pobladores no quitaban los cráneos expuestos, sino que las calaveras se caían a pedazos por “viejas y añejas”.
Benavente, por último, relata que tal festividad estaba dedicada especialmente al dios de la guerra, y que por lo mismo a los ofrendados se les sacaba el corazón, que era presentado al Sol.
A veces los ministros que celebraban la ceremonia se comían el corazón o lo enterraban, antes de tirar los cuerpos por las escaleras. Si el ofrendado era un cautivo de guerra, su captor y sus amigos ingerían su carne.
Un día después del ritual del sacrificio, los viejos, los principales y los casados tomaban un pulque llamado matlaloctli y macuiloctli. Puede inferirse que se bebía para volver tolerable la cercanía de la muerte y que se ingería en vasijas en forma de maguey, llamadas octecómatl, también encontradas en el lugar.
La presencia de una piedra de sacrificio (téchcatl) en la parte superior de la estructura permitió inferir que el ritual se efectuó allí. Ese era un espacio considerado sagrado, donde era posible ofrendar la vida de algunos hombres sin infringir ninguna regla, ya que era un axis mundi en que se cruzaban los ámbitos terrenal y celestial.
Otros elementos encontrados fueron algunos objetos sacrificiales. A pocos metros del lugar donde fueron enterrados los cráneos, se encontró casi a nivel del piso una caja con un hueco superior pequeño que, quizá, sirvió para guardar el corazón de uno de los sacrificados, probablemente el de una mujer.
Al interior de la oquedad se encontró un poco de tierra arenosa, tal vez resultado de la descomposición de su contenido orgánico.
Otro hallazgo, en el cuarto escalón de la escalinata del templo circular, fue el de un nicho rectangular en cuyo interior se depositó un cuchillo de sacrificio trabajado en sílex, técpatl, acompañado con fragmentos de copal.
La pieza era el instrumento con que se realizaban los sacrificios, y por lo mismo tenía un importante simbolismo: era un objeto sagrado, poseedor de enormes poderes, al que sólo podían acceder los iniciados en las actividades y los conocimientos sagrados, es decir, los sacerdotes sacrificadores.
El copal, resina olorosa que según los mitos deleitaba a Quetzalcóatl, acompañaba al cuchillo porque se creía que el aroma de la sangre del sacrificado mezclado con el olor del copal llegaba a los dioses.
Considerando lo anterior, los sacrificios descritos se inscriben en un momento histórico de inestabilidad y guerra.
Dicho ritual manifestó, en ese momento, una súplica a los dioses para que mantuvieran el mundo y el equilibrio del cosmos, además de un intento de sumar a sus fuerzas las de los enemigos ingiriendo su sangre y su carne.
ROSTROS DE LOS QUE VINIERON A LA CONQUISTA DEL NUEVO MUNDO
La aplicación de la técnica forense de reconstrucción de rostros, ha permitido al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), la reconstrucción de dos rostros de mujeres que llegaron con los conquistadores españoles a Zultepec-Tecoaque.
El arqueólogo Enrique Martínez Vargas, adscrito al INAH, delegación Tlaxcala, dio a conocer los trabajos de reconstrucción, de estos rostros los llevó a cabo el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Los cráneos fueron rescatados en la zona arqueológica de Tecoaque, y resultan ser las primeras caras recreadas en todo el Continente Americano, que muestran cómo fueron los primeros conquistadores de América.
Mujeres, hombres y niños fueron parte de este proceso determinante de la historia contemporánea de México, y son ellos los que dieron identidad física a quienes habitamos este país.
De las 550 personas capturadas en ese lugar por indígenas acolhuas en 1519, los arqueólogos han hallado 510 osamentas de las cuales han reconstruido dos rostros correspondientes a una mujer española y a una zamba.
El arqueólogo, responsable de Tecoaque, informó que la reconstrucción de rostros fueron estudios hechos por los antropólogos físicos o antropólogos forenses.
«Ellos toman algunas características antropofísicas de los cráneos y determinan a través de una serie de fórmulas las características físicas de los mismos, llevan el cráneo a un plano más amplio, hacen mediciones precisas y reconstruyen los rostros para determinar con exactitud a qué grupo étnico pertenecieron».
Los rostros corresponden a dos mujeres: una española y una zamba.
Esta última, explicó Enrique Martínez, tuvo un proceso de auto sacrificio antes de ser decapitada.
El estudio de antropología física mostró que en la nariz tuvo clavadas cuatro puntas de maguey, como parte del sacrificio.
Los dos rostros datan del año 1520, correspondieron a personas procedentes de Cuba que muestran las primeras mezclas étnicas de esa región. La zamba tenía entre 17 y 19 años y la española entre 25 y 30 años.
La reconstrucción denota las diferencias antropofísicas de las personas y arroja datos importantes de ese momento histórico.
El trabajo de reconstrucción inició hace con la selección de osamentas, y el proceso de trabajo en programas de cómputo duró cuatro meses.
«El proceso consiste en seleccionar los cráneos y después a través de radiografías los investigadores hacen cortes de cada parte de los huesos para lograr la reconstrucción total del cráneo y la reintegración de las partes faltantes», comentó Martínez Vargas.
La mujer zamba era parte de la servidumbre y de la española no está definido su rol social, pero tiene todas las características europeas; ambas fueron decapitadas.
Muchos de los restos encontrados en ese sitio corresponden a cuerpos desmembrados, pero hay evidencia de que después trataron de unir los cuerpos.
Lo que se toma para definir el grupo étnico es el rostro, aunque los huesos largos o esqueleto nos hablan de esa información es difícil reconstruir el cuerpo, es más fácil reconstruir el rostro.
Añadió que históricamente es la primera reconstrucción de este grupo étnico y de ese momento de la historia.
«Es la primera reconstrucción de los primeros conquistadores, en el país no hay otra; sí se ha hecho reconstrucción de gente mesoamericana, pero de los que vinieron a conquistar son los primeros rostros que se conocen”, explicó el investigador.
El trabajo de reconstrucción estuvo a cargo de Carlos Serrano, miembro del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, junto con Edgar Gaytán Ramírez, quien reconstruyó a la española y Lilia Escorcia Hernández, quien reconstruyó a la mujer zamba.
La reconstrucción y sus resultados ya fueron presentados en un congreso de estudios afroamericanos, en donde los especialistas abordaron la historia los primeros habitantes que llegaron a América procedentes de África.
«Se presentaron estos rostros y causaron sensación porque son los primeros a nivel continental, ahí deriva la importancia de este hallazgo. Varios participantes en el Congreso quedaron sorprendidos al ver la reconstrucción, pues consideraron a esos rostros como las primeras imágenes de sus antepasados».
Enrique Martínez comentó que estas mujeres no tienen nombre, «pues quien debe nombrarlas son los antropólogos físicos, en la historia no les dan nombre a las mujeres, a los hombres sí, para ello se necesita un estudio más profundo».
Finalmente comentó que los responsables del sitio pretenden tener cada año rostros nuevos que darán información clara de aquellos que llegaron a conquistar México Tenochtitlán.
«Vamos a seleccionar a un negro, a una mulata y a un español, eso nos va hablar de lo que ahora es la sociedad contemporánea en México, pues es una combinación étnica importante», concluyó.
Como se puede constatar, en esa zona arqueológica está una parte importante de nuestra historia y sirva de paso para decirle a los detractores de Tlaxcala que tachan de ”traidores” a los tlaxcaltecas, porque solo muestran que… NO CONOCEN LA HISTORIA.