TLAXCALA/ 31 /10/2019/Pedro Morales
La celebración de Todos Santos en Tlaxcala significa una de las tradiciones más arraigadas entre nuestra gente, es tiempo de convivir y de mantener vigentes los valores que nos inculcaron nuestros mayores.
Vivimos una época en la que la celebración del Halloween estadounidense pareciera permear muchas de las culturas del mundo, cabe recordar que en nuestro país existen desde hace siglos tradiciones que persisten hasta nuestros días.
Son rituales que año con año se realizan en la totalidad del territorio estatal donde el olor a guayaba, incienso, pan recién orneado, flores y los aromas de los dulces tradicionales de camote, calabaza o arroz con leche impregnan y perfuman el ambiente.
Para los habitantes de Tlaxcallan, el culto a los muertos era en sí mismo una celebración de la vida. Se trata de sentir cerca de nosotros a nuestros seres queridos.
Al carecer de las connotaciones propias del catolicismo, para nuestros antepasados, el lugar al que iban las almas de los difuntos dependía no de la forma en que se habían comportado en vida, sino de la forma en que habían muerto.
Así, el Tlalocan o paraíso del dios de la lluvia, lo habitaban aquellos cuyo deceso se relacionaba de algún modo con el agua: ahogados o por enfermedades como gota e hidropesía, niños sacrificados a Tláloc o muertos por un rayo, durante una tormenta.
El Omeyacan o paraíso del sol, era el destino de quienes morían en combate, prisioneros que eran sacrificados y mujeres al dar a luz.
Al Chichihuacuauhco iban los niños y se trataba de un paraíso en el que existía un árbol de cuyas ramas brotaba leche.
Para todos aquellos que perecían de muerte natural, estaba el Mictlán, pero llegar ahí no era sencillo y para ello necesitaban la ayuda de un perrito para que los guiara al cruzar el río que los separaba de la tierra de los muertos.
Era la región del frío, que en el mundo nahua se ubicaba al norte.
De la época prehispánica proviene la costumbre de realizar ofrendas que incluían objetos del agrado del difunto y habían sido utilizados por él, como vasijas, caracoles o adornos de obsidiana.
Eran comunes también los Tzompantli, hileras de cráneos ensartados mediante perforaciones en los parietales. Dichos restos pertenecían a los sacrificados en honor a los dioses, muerte que era considerada un honor.
Con la llegada de los españoles, el festejo a los muertos en México se comenzó a realizar los días 1 y 2 de noviembre, como resultado de las costumbres católicas de esas fechas en que se solía realizar misas, votos, donativos, oraciones y responsorios por las almas de los fieles difuntos.
También se acostumbra visitar el camposanto con flores, veladoras y comida que se consumía en compañía de las almas de los seres queridos.
Al transcurrir los siglos, el carácter ritual y solemne del culto a los muertos fue adquiriendo un tono festivo e incluso burlesco, en el que se agregaron elementos como las calaveritas de azúcar, el papel picado, pan de muerto.
Diversos dulces típicos e incluso la costumbre de escribir ingeniosos versos alusivos a la muerte de personajes conocidos que aún viven, las otras calaveritas: las literarias.
La costumbre inicial de “pedir calaverita” que por estas fechas hacían los niños, poco tenía que ver con el trick or treat de los estadounidenses: anteriormente se acostumbraba rezar previo a la entrega de fruta o pan de muerto.
Era en ese momento que se compartían los elementos de la ofrenda.
Sobre las ofrendas de muertos, los componentes más representativos de éstas son los siguientes:
Mantel blanco como símbolo de la pureza y alegría.
Agua para que los difuntos sacien su sed. También se suele preparar aguas de sabores
Cirios y veladoras para que las almas de los muertos puedan encontrar su destino.
Al colocarlas en cruz se representa también los cuatro puntos cardinales, de modo que se entrelazan la tradición católica y la prehispánica.
Fruta como la caña, naranja, mandarina, guayaba, se repartía entre los niños que llegaban a “pedir su calaverita” el 2 de noviembre.
Papel picado colorido trabajo artesanal que simboliza el viento y añade un ambiente festivo a la ofrenda.
Comida. Los platillos que le gustaban al difunto. Suele ser comida típica mexicana como arroz, mole, tamales o frijoles.
Calaveras de azúcar, que son réplicas de cráneos humanos, comúnmente decoradas con varios colores y un papel con el nombre del ser querido, también se pueden hacer de amaranto y chocolate.
Tierra o ceniza símbolo de nuestra condición mortal e influencia del catolicismo: “polvo eres y en polvo te convertirás”.
Pan de muerto preparado especialmente para esta temporada, hablamos de las hojaldras, tiene forma redonda, es cubierto de azúcar y decorado con masa en forma de huesos.
Copal e incienso, el aroma guía a las almas hacia la ofrenda, este humo, producto de quemar resinas vegetales, llena el espacio entre la tierra y el cielo.
Dulces típicos, como el de calabaza, camote y guayaba, también se colocan alegrías de amaranto y miel.
Bebidas alcohólicas tequila, pulque, mezcal y cigarros, sólo para las ofrendas de adultos.
Sal elemento de purificación y ayuda a que el cuerpo no se corrompa en su viaje.
Flor de cempasúchil su nombre viene del náhuatl y significa “flor de cuatrocientos pétalos”.
Su color amarillo representa al sol, que guía el alma del difunto, los pétalos también son utilizados para decorar y formar un camino hacia el altar.
Ese encuentro anual entre las personas que la celebran y nuestros antepasados, desempeña una función social que recuerda el lugar del individuo en el seno del grupo y contribuye a la afirmación de la identidad.
Ninguna ofrenda del Día de Muertos estaría completa sin las tradicionales calaveritas de azúcar pero ¿cómo llegaron a formar parte de nuestras tradiciones?
Las culturas mesoamericanas dejaron huella en el México actual ya que elementos de sus costumbres se unificaron con los de la cultura española para realizar un sincretismo religioso.
La muerte, para los antiguos mesoamericanos era sólo la conclusión de una etapa de vida que se extendía a otro nivel.
En la práctica era común conservar cráneos como trofeos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban el término de ese ciclo.
Altares como el Tzompantli, el cual era una hilera de cráneos de quienes habían sido sacrificados en honor a los dioses y que ensartaban a través de perforaciones en los parietales, y la imagen del rostro del señor del inframundo y los muertos, Mictlantecuhtli, eran comunes en la vida de los antiguos mexicanos.
A la llegada y conquista de los españoles, los rituales que iban en contra de los preceptos de la religión católica fueron prohibidos y en muchos casos, ante la resistencia de los pueblos indígenas por eliminarlos, se sustituyeron por otros.
La coincidencia en fechas de la celebración de muertos de los antiguos pueblos mexicanos con el Día de los Fieles Difuntos de los españoles permitió estos cambios. Tal es el caso de las calaveritas de azúcar.
Estos dulces cráneos son producto de una técnica traída por los españoles, el alfeñique, especie de caramelo o confitura con base en azúcar pura de caña hasta formar una pasta moldeable.
La tradicional calaverita de azúcar se elabora con una mezcla de azúcar caliente con un poco de limón que se funde hasta formar una masa líquida, la cual se vacía en un molde para dar la forma de un cráneo.
Después, con azúcar glass coloreada se agregan los detalles de forma artesanal, anillos en los ojos, espirales en la parte superior del cráneo y una sonrisa.
Una de sus particularidades es llevar en la parte superior el nombre de la persona a la que está destinada, ya que es una forma de recordatorio de que lo único seguro que tiene el ser humano es la muerte.
Actualmente, las calaveritas de azúcar también se elaboran con amaranto o chocolate, además de que cada estado tiene una manera distinta de hacer alfeñiques, por ejemplo en Puebla complementan el dulce con cacahuates o pepitas, en tanto que en Oaxaca le añaden miel en el centro, mientras que en el Estado de México también los hacen de pasta de almendras.
Estas calaveritas no sólo sirven para recordar a los muertos y el destino que todos compartiremos, son también una forma de agasajar nuestro paladar y mantener una de las tradiciones más ricas de México.
Estas calaveritas de azúcar se encuentran por todos lados, ahora en las cabeceras municipales es tradición la instalación de puestos de temporada, ahí se encuentra de todo, disfraces, frutas, flores, incienso y copal.
Braceritos con rajas de ocote para prender el carbón, sahumadores de barro de color negro brillante, aunque también los hay blancos y muy adornados, velas, veladoras, cirios y todo lo que se requiere para poner una ofrenda familiar.
En el caso del pan de muerto, destacan las panificadoras “La Suprema” y “La Flor de Huamantla”, en Santa Ana Chiautempan “las panaderías de “La Concepción”, en Apizaco “La Española”, “La Artesa” o “La Guadalupana”.
Ángel Hernández Montes y Hugo Gustavo Hernández Rojas indican que estas panaderías ya tienen mucha tradición en la región, por la calidad de su producto que se han mantenido al paso de los años, sin alteración alguna.
Coincidieron en señalar que la calidad es la que los distingue, porque la gente acude por tradición, pero es conocedora de la calidad de un buen pan, no solamente en temporada de Todos Santos, sino durante todo el año.
Indicaron que en estos momentos tienen mucha competencia, sobre todo en las calles donde se oferta el pan de temporada más barato, pero de una calidad incierta, todo lo dice el sabor y la calidad de las materias primas que se utilizan.
La verdad es que “La Flor de Huamantla”, es una panadería que se distingue de las de la región es su control de calidad sobre todo ahora en la elaboración de hojaldras de guayaba, de canela, de rompope.
Se oferta la extra fina, el tlacotonal que es tradicional y que toda la gente busca para sus ofrendas, lo mismo que la pata de mula, la hojaldra, el conejo, el rosquete de azúcar glass, muy vistoso y de amplia preferencia.
Las hojaldras se rellenan de nuez, de queso crema y con lo que se quiera, es un pan que no se pone duro como la piedra, se trabaja con mucha mantequilla, el pan se guarda en una bolsa de papel y dura hasta 15 días.
El proceso es artesanal, todo se hace a mano, y diariamente se elaboran entre cuatro mil 500 a cinco mil piezas, hay suficiente capacidad para la producción, hay materia prima de primera calidad y esa es la garantía.
De esta forma y con la producción de la cosecha convertida en fruta y alimentos, las familias se reúnen primero para elaborar los guisos, recetas que pasan de generación en generación se guardan celosamente en las cocinas.
Luego viene la instalación de la ofrenda, encender las veladoras, esperar a que lleguen los difuntos y las abuelas a regañar a los nietos para que no se roben la fruta, “te la van a jalar las ánimas”, esa es la advertencia.
Se reza en familia, hay mucho respeto porque nuestros seres queridos vienen a visitarnos, nadie quiere que se lleven una mala impresión, llegan el día primero de noviembre, en punto de las doce del día y se marchan el dos de noviembre, también al medio día.
En torno a esta visita de Todos los Santos hay un sinfín de leyendas, hay quien asegura que ha visto a los muertos llevando su carga de ofrendas, se llevan la esencia de los olores y sabores, hay ánimas que no les ponen ofrenda y no llevan nada.
Es así como en Tlaxcala se mantiene viva esta tradición, que además de preservar nuestras costumbres, significa una importante inyección de recursos para el sector comercial que fomenta una práctica que es de las que nunca deben perderse, porque son parte de nuestra identidad.