TLAXCALA/4 /06/2020
Los investigadores Pedro Francisco Sánchez e Iván Šprajc determinaron las orientaciones de más de 500 estructuras en 206 sitios arqueológicos de México
Diálogos entre la tierra y el cielo: la pirámide y la arqueoastronomía es uno de sus artículos más recientes, publicado en el libro Un patrimonio universal: las pirámides de México. Cosmovisión, cultura y ciencia
En los últimos años, los investigadores Pedro Francisco Sánchez Nava e Ivan Šprajc han intentado desmontar el mito del “descenso de Kukulcán” por las escalinatas de El Castillo, en Chichén Itzá, y otros sobre las observaciones astronómicas en las pirámides de México.
Una de sus más recientes publicaciones es el artículo Diálogos entre la tierra y el cielo: la pirámide y la arqueoastronomía, publicado en el libro Un patrimonio universal: las pirámides de México. Cosmovisión, cultura y ciencia, reciente coeditado entre el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el Gobierno del Estado de México.
En su ensayo, Sánchez Nava, también coordinador nacional de Arqueología del INAH, e Ivan Šprajc, experto del Centro de Investigaciones de la Academia Eslovena de Ciencias y Artes, señalan que la idea de que los constructores de El Castillo quisieran registrar los equinoccios, resulta difícil de sostener. Inclusive, dicen:
“El fenómeno no cambia mucho durante unos días antes y después del equinoccio, y la iluminación más atractiva de la alfarda se produce aproximadamente una hora antes del ocaso solar, por lo que resulta imposible —aun suponiendo la intencionalidad del efecto— determinar la fecha que los constructores habrían querido conmemorar. Incluso para ellos (los antiguos mayas) habría sido imposible fijar cualquier fecha tan sólo mediante la observación de este fenómeno.
“Si el juego de luz y sombra es resultado de un diseño arquitectónico consciente, solo pudo haber tenido una función simbólica, pero en tal caso —considerando la ya mencionada ausencia de orientaciones equinocciales— resulta más probable que el fenómeno fuera destinado a celebrar los días de cuarto del año, que caen dos días después/antes del equinoccio de primavera/otoño y que, junto con los solsticios, dividen el año en cuatro partes de igual duración (de aproximadamente 91 días)”.
Ambos expertos apuntan que, a diferencia de los solsticios, los equinoccios no son directamente observables y solo pueden determinarse con métodos relativamente sofisticados; y contrario a la opinión común, “no hay evidencias contundentes de que los edificios mesoamericanos fueran orientados hacia las posiciones del Sol en los equinoccios astronómicos”.
Con mediciones en campo, los doctores determinaron las orientaciones de más de 500 estructuras en 206 sitios arqueológicos: 37 en el centro de México, 106 en las Tierras Bajas Mayas, 15 en Oaxaca, 27 en la Costa del Golfo y 21 en el occidente y el norte, en correspondencia a las subáreas de Mesoamérica.
Otra opinión popular —dicen— es que muchas orientaciones mesoamericanas registraban las puestas del Sol en los días de su paso por el cenit. De nuevo, los datos (escasos y poco precisos) no apoyan esta idea. No obstante, el Sol cenital, cuya importancia en Mesoamérica es sugerida ante todo por los datos etnográficos, pudo haberse observado con implementos sencillos por los que observaban el paso vertical de los rayos solares a mediodía; “los datos sobre los alineamientos tan solo indican que no se prestaba atención a las posiciones del Sol en el horizonte en estos días”.
Los arqueólogos recuerdan que en el sistema calendárico mesoamericano no se empleaban mecanismos de intercalación o ajustes regulares que permitieran mantener la concordancia permanente entre el año calendárico de 365 días y el de las estaciones (trópico) de 365.2422 días, por lo que las observaciones astronómicas nunca dejaron de ser necesarias. De modo que, “los alineamientos que registraban las salidas y puestas del Sol, separadas por múltiplos de periodos básicos del calendario mesoamericano, permitían el uso de calendarios observacionales fácilmente manejables.
“Las orientaciones más numerosas son las que marcan las salidas del Sol alrededor del 12 de febrero y el 30 de octubre, alineaciones funcionales únicamente hacia el oriente. El significado especial de estas fechas se debe a que un intervalo que las separa es exactamente de 260 días que, siendo múltiplo tanto de 13 como de 20 días, equivale a la duración del ciclo calendárico sagrado. Por lo tanto, los eventos separados por este lapso ocurrían en las mismas fechas de la cuenta de 260 días”.
De acuerdo con los investigadores, estas evidencias sugieren que las fechas más frecuentemente registradas por las orientaciones marcaban los momentos ritualmente importantes del ciclo de cultivo del maíz, pero la determinación exacta y el significado canónico de estas fechas debió de haberse derivado de los intervalos intermedios. Recordando que los múltiplos de 13 y de 20 días eran periodos constitutivos del calendario sagrado de 260 días, es concebible que también las fechas separadas por estos intervalos llegaron a ser sacralizadas.
La arqueoastronomía —continúan— brinda información que nos aproxima a los cambios estacionales, la programación de los ciclos agrícolas y a las ceremonias propiciatorias, aspectos relevantes en la vida de las sociedades mesoamericanas.
Estos cambios eran visibles y predecibles a partir de calendarios de horizonte, determinados por la observación del paisaje y de sus referentes geográficos más relevantes (montañas y cerros, observación que se hacía desde las construcciones piramidales de mayor altura.
Con ellos, concluyen, “los constructores de esos grandes monumentos lograron establecer alineamientos significativos a partir del tránsito de los astros más relevantes: Sol, Luna y Venus, definiendo fechas significativas en la cosmogonía prehispánica y relevantes para las actividades rituales y de producción en el México antiguo”.