Aquí Xicohténcatl

La caída del imperio mexica, una crónica en voz de Eduardo Matos Moctezuma.

TLAXCALA/ 15 /AGOSTO/2020

*** El reconocido arqueólogo participó en el ciclo de lecturas estatuarias de la Academia Mexicana de la Lengua, con el tema: La conquista de México

*** A un año de que se cumplan 500 años de este suceso histórico, refirió las causas anímicas, económicas, políticas, de salud y de estrategia militar que lo suscitaron

Todo imperio tiene su talón de Aquiles, quizás, el principal sea el encono que produce el yugo, comentó el profesor Eduardo Matos Moctezuma al abordar las causas que hicieron sucumbir a las ciudades gemelas de Tenochtitlan y de Tlatelolco, a manos de un ejército aproximado de 70 mil hombres (menos de mil españoles y el resto aliados indígenas tlaxcaltecas, huejotzincas, totonacas y cempoaltecos) que así cumplían una venganza sobre su opresor.

A un año de que se cumplan 500 años de este suceso histórico de la historia mundial, el cual dio lugar a la primera “globalización”, el investigador emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) ofreció una crónica de aquellos días aciagos —al menos tres meses de asedio— que concluyeron el 13 de agosto de 1521, cuando el pueblo mexica fue devastado por la guerra, el hambre y, sobre todo, una extraña enfermedad: la viruela.

Como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua (AML), el reconocido arqueólogo, quien hace poco más de 40 años “resucitó” los restos del Templo Mayor de Tenochitlan, fue invitado a participar en su ciclo de lecturas estatutarias. El escritor Gonzalo Celorio, presidente de la institución, dio la bienvenida a esta actividad virtual, realizada en consonancia con la campaña “Contigo en la Distancia”, de la Secretaría de Cultura.

El autor de Muerte a filo de obsidiana y Vida, pasión y muerte de Tenochtitlan, construyó una apasionante crónica a partir de las causas anímicas, económicas, políticas, de salud y de estrategia militar que suscitaron la destrucción del imperio mexica, el cual en dos siglos había extendido sus alcances sobre Mesoamérica, de costa a costa, y hasta el Soconusco. Aparentemente invencible.

Entre los actores, dijo el reconocido arqueólogo, no puede soslayarse el papel importante que desempeñaron Jerónimo de Aguilar y Malintzin (una de las 20 mujeres “obsequiadas” a Hernán Cortés en Tabasco), como intérpretes. Del castellano al maya, de este al náhuatl, y en sentido inverso, se fueron creando alianzas decisivas, por ejemplo, con el cacique Gordo, de Cempoala, al reconocer la animadversión que ciertos pueblos tenían hacia el dominio mexica.

Con ese afán de conquista, primero militar y luego espiritual, de obtención de riquezas y prebendas por parte de la Corona española, los ánimos entre las huestes de Cortés contrastarían con los que permeaban entre los ejércitos tenochcas. Tiempo atrás, una serie de augurios se habían manifestado en la isla: un incendio en el adoratorio del dios principal, Huitzilopochtli; bolas de fuego en el cielo; el llanto de una misteriosa mujer, clamando por sus hijos, y una grulla con un espejo en su cabeza, que reflejaba hombres barbados venidos del mar.

Más allá de estos presagios, lo cuales pudieron o no ocurrir, Matos Moctezuma hizo hincapié en el “golpe brutal” que supuso la captura de Moctezuma II en el Palacio de Axayácatl —ya convertido en cuartel de los españoles y sus aliados tlaxcaltecas—, y su posterior muerte, muy probablemente, a manos de los invasores. Y es que el tlatoani era, ante todo, el sumo sacerdote del templo, por lo que también representaba una fuerza moral. El desánimo sería mayor luego del trágico fallecimiento de su sucesor, Cuitláhuac, por viruela.

El pago de tributo a la Triple Alianza, conformada por Tenochtitlan, Texcoco y Tacuba, se convirtió en el principal factor económico-político que inclinó a varios pueblos a sumarse a las filas del avance español, en su camino al centro de México. Tal fue el caso de los tlaxcaltecas, que serían parte del ejército de élite que, en los años subsecuentes a la conquista de Tenochtitlan, marcharían hacia el septentrión de la Nueva España.

Sobre el aspecto bélico, Eduardo Matos reconoció el genio militar de Hernán Cortés, quien lejos de “quemar sus naves” para evitar la deserción de los suyos, como cuenta la leyenda, las encalló en las costas de Veracruz puesto que le serían de utilidad. Y así sucedió, sus bastimentos servirían para construir los bergantines con que asediarían a la isla.

Antes de esto, la Matanza del Templo Mayor, emprendida por Pedro de Alvarado contra principales mexicas en el ritual del Tóxcatl, fue el punto de quiebre de la relación entre ambos bandos. En ese momento, Cortés vencía a Pánfilo de Narváez y a sus hombres en Veracruz, quienes pretendían detenerlo por órdenes del gobernador de Cuba, Diego Velázquez.

Al regreso de Cortés, españoles y tlaxcaltecas ya se encontraban acuartelados en el Palacio de Axayácatl, teniendo de rehenes, entre otros señores, a Moctezuma II y al tlatoani de Tlatelolco, Itzcahuatzin. Los asesinatos de ambos obligarían a la huida de la llamada Noche Triste, que dejó tras de sí numerosas bajas entre los advenedizos.

Fue una breve tregua. En su refugio de Tlaxcala, el bando invasor se preparó ya conociendo los puntos débiles del enemigo. Acometerían de nuevo controlando los accesos a las calzadas que conectaban Tenochtitlan con tierra firme, evitando así la entrada de todo suministro; cortarían el abastecimiento de agua proveniente de Chapultepec, y avanzarían con los bergantines.

Tres meses de sitio, mientras la población moría de hambre, sed y peste producto de la viruela, bajaron las fuerzas del ejército de Tenochtitlan, el cual además estaba en desventaja respecto al armamento y las monturas de las huestes invasoras. El 13 de agosto de 1521, la guerra concluiría en la ciudad gemela de Tlatelolco, donde su señor Cuauhtémoc, dirigiéndose a Cortés, pronunció: “Señor Malinche, ya he hecho lo que estoy obligado a hacer en defensa de mi ciudad y no puedo más, toma ese puñal que tienes en el cinto y mátame”.

“Lo que realmente habría querido decir el tlatoani, cuyas palabras pudieron haber sido afectadas por las traducciones hechas, del náhuatl al maya por Malintzin, y del maya al castellano por Jerónimo de Aguilar, sería: ‘toma ese puñal que tienes en el cinto y sacrifícame’”, concluyó el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma.