CDMX/ 16 /03/2019/ Denisse Pérez Antonio
Don Goyo “Chino “ popocatépetl cumplió 744 mil años, imponente se alzó en el horizonte y anunció que sigue siendo el vigilante de Puebla; el coloso recibió a sus invitados con una fumarola cerca de las 11 de la mañana y a pesar de ser como un padre para los pobladores, aún causa temores cada vez que se despierta.
El festejo no es nada simple, subir hasta su ombligo ya es parte del regalo, uno que según don Hilario, el tiempero de la celebración, se debe dar con amor, sin miedos y sobretodo con mucho entusiasmo, así la subida será más llevadera.
Su cumpleaños es cada 12 de marzo, la fecha en la que decenas de personas se congregan desde las 5 de la mañana para escalar el Popocatépetl. Algunos llegan a San Nicolás de los Ranchos otros a Xalitzintla, de ahí parten en caravana para subir la montaña en auto por cerca de dos horas, pero esto solo es la primera prueba ya que el terreno no es amable con los conductores.
Llegar hasta el lugar de la ofrenda lleva más de tres horas a pie, sorteando los obstáculos que don Goyo pone en el camino y aunque en momentos parece inalcanzable por los caminos escarpados, matorrales que se pierden con la arena y lomas que muestran un mundo poco explorado, el volcán no da tregua, entre piedra volcánica, la presión, el calor y hasta corrientes frías que dan un respiro al viajero.
En definitiva, llegar al ombligo del volcán es un triunfo que se convierte en una verbena para los viajeros que gustosos erigen el altar en honor al Popocatépetl, acompañado de dulces, cerveza, maíz, fruta y hasta admiración ante la cruz. ´
Las mañanitas comenzaron a sonar, los agradecimientos a don Goyo se extendieron, pero sobre todo las súplicas para que el gigante no desate su furia con una catástrofe y en cambio ayude a la cosecha del año y celebre la entrada de la primavera.
Antes de cantarle las mañanitas, el Popocatépetl recibe un manjar acompañado de dos cruces que miden cerca de metro y medio, una con flores y otra que porta la vestimenta de gala. Este año, dos mayordomos hicieron la tarea de poner dos altares, el primera usó un atuendo particularmente campirano, camisa cuadros, sombrero ranchero y cinturón.
Su otro padrino, no escatimó en comprarle un traje azul, corbata, saco, camisa, zapatos y hasta ropa interior.
La comida en ambas ofrendas, digna de los dioses, fue un rico y caliente mole poblano con todo y guajolote, tortillas de mano recién calentadas en las faldas del Popo, frutas tropicales, tequila, pulque, cigarros y la espiritualidad del copal ahumó a los presentes.
El tiempero, como figura central de la ceremonia hizo lujo del náhuatl, ya que al mismo tiempo que colocaba la comida mencionaba alabanzas en esta lengua ancestral.
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«El Popocatépetl es lo máximo para mi» dijo el tiempero, un hombre de mediana edad que toma su oficio muy en serio, un sabio que caminaba sin mediar el terreno, para él estar con papá Goyo es estar en contacto directo de la madre naturaleza.
Las alabanzas terminaron y como agradecimiento, Don Gregorio lanzó una fumarola, una imagen que mostraba a un costado a sus invitados, los cohetes que anunciaban la fiesta y sobre todo el esplendor de celebrar al gigante de mesoamericana; volcán Popocatépetl, el coloso más activo de América.