Susana Cortés y Virginia Cortés junto a su antepasado, en un retrato,...

Susana Cortés y Virginia Cortés junto a su antepasado, en un retrato, el conquistador Hernán Cortés.

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CDMX/ 7 /11/2019

Enrique Recio  @RecioEN Medellín (Badajoz)

«No me creo que fuera solo un mercenario, un sicario o un asesino. Sería eso, además de otras muchas cosas; era un genio militar, está Julio César, Napoleón y después, Hernán Cortés». Pueden decirlo más alto, pero no más claro. Cualquier frase de Susana Cortés (1975, Medellín) o Virginia Cortés (1972, Medellín) se queda corta para elogiar la figura del conquistador de México.

Más aún tras la polémica suscitada con la carta del presidente mexicano, López Obrador, en la que exige a España que pida perdón por los abusos de la conquista.

Estas dos hermanas comparten algo más que origen y apellido con Hernán Cortés (1504-1547). También algo de su sangre. Forman parte de la última familia Cortés que reside en Medellín y que descendería del hermano mayor del padre del conquistador.

A pesar de que han pasado casi 500 años del nacimiento del conquistador, en la imagen que ilustra este reportaje es más que llamativo el parecido que guardan estas dos metellinenses con su antepasado -el gesto, la boca, incluso la nariz, aunque eso sí, son más risueñas-, retratado en una pintura que preside la sala de plenos del Ayuntamiento de Medellín (Badajoz).

En esta pequeña localidad de 2.000 habitantes, resguardada por campos de cultivo y las aguas del río Guadiana, viven los Cortés desde hace aproximadamente un siglo, a donde llegaron desde otro pueblo extremeño, Don Benito.

La familia, hasta donde ellas recuerdan, siempre se ha criado escuchando historias sobre la figura «legendaria» de Hernán Cortés y sus grandes aventuras. Su padre, Pedro Cortés, lo hizo con ellas; antes su abuelo,

Antonio Cortés, y su bisabuelo, Lorenzo Cortés. Ahora, Susana y Virginia intentan hacer lo mismo con sus hijos. No es fácil, cuando «la leyenda negra» se ha posado sobre la figura del conquistador extremeño.

«Ahora los jóvenes creen que fue solo un asesino, pero no es así. Lo que ha pasado con la conquista es que se ha manejado a capricho de las inquietudes políticas o ideológicas.

Durante la dictadura franquista fue un crisol de la raza y ahora poco menos que se esconde. Ni una cosa, ni la otra», cuentan a EL ESPAÑOL las dos hermanas.

Los Cortés sienten todavía al que sería su tataratatara…tío como si fuera uno más en la familia. Tal es así que Pedro Cortés siempre dijo que, de tener un hijo, se llamaría Hernán, aunque finalmente solo tuvo hijas. Y no solo era una cuestión de poner nombres, su tío abuelo Antonio Romero (marido de la tía abuela María Jesús Cortés) compuso incluso el himno de Hernán Cortes.

Una canción que hermanos, primos y sobrinos cantan juntos en todas las bodas, bautizos y comuniones que celebra esta familia. «Este rincón de Extremadura siempre glorioso ha de ser.

Por ver en él la luz primera, nuestro paisano Hernán Cortés. Viva siempre la Gloria de nuestro Medellín. No olvide, ¡no!, nuestra memoria de aquel invicto paladín…», dice la letra, que canturrean las dos hermanas, cuando hablan con este periódico.

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Esta familia de ascendencia conquistadora no procede de la rama directa de Hernán Cortés pues, según explica el historiador y cronista oficial de la Villa de Medellín, Tomás García, del hidalgo no queda descendencia, aunque sí tuvo hijos. Pero sí la hay del que fuera tío del conquistador -hermano de su padre, Martín Cortés de Monroy- Hernán Cortés de Monroy.

Este era el primogénito y heredó la casa principal de la familia en la ciudad de Don Benito (Badajoz). Esta parte de la familia vivió allí y el apellido quedó arraigado en esta localidad durante decenas de generaciones. Precisamente, llegó hasta el abuelo de Susana y Virginia, Lorenzo Cortés.

La calle México, 25

Y fue a principios del siglo XX cuando la familia Cortés decidió volver al pueblo de Medellín, al lugar donde la historia de su familia había comenzado con el nacimiento de Hernán Cortés en el año 1504. Lorenzo y su esposa se asentaron en un palacio de la calle México, 25, donde vivieron junto a sus cinco hijos, que más tarde vivirían en el mismo lugar junto a sus respectivos cónyuges, hijos y sobrinos.

«En la casa llegaron a convivir más de 40 personas; aún recuerdo esa casa, todos esos escondites y las historias que nos contaban sobre Hernán Cortés», rememora Susana.

La casa, malvendida tras la herencia, inhabitada y en ruinas, todavía sostiene sus muros, pero el tiempo acabará con ella, aunque sea una de las pocas huellas históricas que quedan sobre un Cortés en Medellín.

Para Susana y Virginia, hablar del conquistador es casi un regalo. No solo porque sean familia del fundador de Veracruz (ciudad mexicana de la que se cumple el próximo abril el V Centenario), sino porque durante toda su vida su padre se encargó de enseñarles todo lo que sabía de él. Ellas han hecho el «ejercicio personal» de estudiar la historia de su tío de cara a convencer a quien preguntaba y desmentir la figura mercenaria que parte de la historia ha atribuido a Hernán Cortés.

Cuando Susana o Virginia fueron a la Universidad a estudiar Derecho y Maestría, respectivamente, o incluso cuando todavía se van de vacaciones, la gente al escuchar su apellido y saber que son de Medellín, muchas veces comentan: «Ah, mira, donde nació el asesino, tal…». «Pues mire, no.

No es así», dice Susana, quien tiene muy claro el qué, el cómo y el por qué de todo lo que hizo Hernán Cortés en México. También qué fue. No defiende lo indefendible, pero tiene su verdad.

– ¿Quién fue Hernán Cortés?

– Fue un hombre de su tiempo con una capacidad de asunción de riesgo y una inteligencia puesta al servicio de su propio interés que acabó enamorándose de lo que encontró. Tenía luces y sombras, pero fue lo suficientemente inteligente como para que siglos más tarde se deba hablar de su aventura, que desde el punto de vista humano es apasionante.

– ¿Apasionante?

– Sí. Él llego allí con unos planteamientos iniciales que fue trasformando a medida que fue apasionándose por lo que llegó a ser su mundo.  Generó una fusión de razas y un mestizaje que por encima de las cruentas gestas es lo único que, bajo el punto de vista de los derechos humanos, es relevante. Igualó a las razas y a las culturas.

Para esta extremeña, su antepasado más lejano llegó a conseguir algo que ni siquiera soñaba: convertirse en el primer mexicano. «Se enamoró de Malinche (una indígena que le fue entregada cuando llegó allí y que fue su intérprete), tuvo un hijo con ella, conquistó esas tierras y acabó siendo el primer mexicano de la historia».

Pero, si hay algo que le ha tocado el corazón a Susana han sido las palabras que escribió en la carta el presidente mexicano al rey de España Felipe VI y al Papa Francisco: «El Estado español debe admitir su responsabilidad histórica por esas ofensas y debe ofrecer las disculpas o resarcimientos políticos que convengan. Por ese motivo, su Majestad, las actuales autoridades mexicanas elaboran un pliego de delitos que exhibirán ante el Reino de España antes de que finalice el año en curso».

«Fue un libertador»

Susana defiende la memoria de su tío hasta por Facebook. «No es justo, ni riguroso, ni objetivo, pero sí completamente atemporal. No puedes medir con los criterios del siglo XXI algo que pasó hace cinco siglos.

Y es que independientemente de lo que hiciera su tío, siempre se piensa en «los pobres indios». Pero lo cierto es que cuando el conquistador extremeño llegó a lo que se denomino el Nuevo Mundo, los indígenas estaban asfixiados por el Imperio Azteca. Pobre, según ella, es al que le toca estar siempre debajo.

La madre de Susana, Alberta Bohórquez, también participa en la conversación y añade: «fue un libertador». Era imposible que numéricamente los españoles conquistaran ese gran imperio, por tanto, cuenta, «fueron los indios quienes se levantaron contra el pueblo opresor con la ayuda de lo recién llegados».

«¡Es como juzgar a Napoleón!». En qué cabeza cabe eso, claro. Y es que, si no hubiesen sido los españoles, «habrían sido los belgas, los holandeses o los franceses», asegura esta Cortés. Tal fue su indignación que incluso descolgó el teléfono y llamo a todos sus amigos mexicanos para corroborar si, en realidad, el debate sobre la conquista y el daño moral estaba latente en su país.

No es casualidad, por cierto, que Susana y Virginia hayan hecho amistades en aquel país hermano. Todo fue gracias a su padre. En la década de los 70 llegaban numerosos estudiantes a Medellín, que venían del D.F o Acapulco, para completar sus estudios de doctorado en Historia.

Pedro Cortés, cajero en el banco del pueblo, se encargaba en muchas ocasiones de cambiarles el dinero. Al final, de un modo u otro, todo mexicano que visitaba el pueblo acababa comiendo en casa de los Cortés. Y con el tiempo, esas visitas se convirtieron en amistad.

Nunca llegaban a Medellín (Badajoz) con ansias de venganza o violencia. «Venían a venerar la figura de Cortés, la historia de la madre patria y el concepto del mestizaje», rememoran las dos hermanas. «Evidentemente no hemos hablado con indígenas», comenta, riendo, Susana.

Tal vez no pensasen lo mismo, o quizás sí. En cualquier caso, la explicación de sus amigas mexicanas Susana y María Ángeles que dieron a la carta de López Obrador es pura política: «Todo es oportunismo, demagogia y captar votos».

Estas dos hermanas también se preguntan otra cosa: «¿A partir de qué momento empiezan a pedir perdón unas naciones a otras?». Medellín es precisamente una de las poblaciones que ha sido ocupada y devastada por numerosas invasiones con el paso de los años. Las más recientes fueron durante la Invasión Francesa en 1809. Durante la guerra Civil española (1936-1939) Medellín quedó destruida en gran parte.

Diez mil españoles y unos 4.000 franceses murieron en la conocida como batalla de Medellín (Badajoz). Tal fue la matanza que las tropas de Napoleón asesinaron a todos los prisioneros que capturaron con vida. Tras la lucha, parte del ejército francés se acantonó en la ciudad durante 47 días y la arrasó. Se produjo la destrucción completa de la ciudad, era prácticamente una ciudad «fantasma» según cuenta a este diario, el historiador local José María Custodio. Todos los archivos quedaron destruidos, incluida la documentación sobre Hernán Cortés.

¿A quién exigimos perdón nosotros?

Medellín tiene historia por los cuatro costados: desde el Neolítico, pasando por Tartesos, Roma, la Edad Media…hasta la Guerra Civil. Pero no tiene memoria.  Si alguien sabe de destrucción es precisamente este pueblo extremeño. Entonces, qué debemos hacer, se pregunta Susana: «¿Exigimos perdón al Estado francés o a cualquier otro? Es ridículo».

Tras la invasión Napoleónica, de las casi 460 casas que componían la localidad, solo permanecieron en pie 170. La casa de infancia de Hernán Cortes, situada en una de las calles principales de Medellín, la calle Feria, quedo prácticamente destruida. Allí había vivido con su padre, el hidalgo Martín Cortés de Monroy y su madre, Catalina Pizarro Altamirano, la hija del mayordomo de los Condes de Medellín. Fue su antigua moradora, la vecina metillenense Vicenta Bastone, la que alertó al párroco de la ciudad, Fernando Ruiz Gordillo, de lo ocurrido: «¡Han derribado la casa de Hernán Cortés!».

Bastone fue la última que vio la vivienda en pie, pero Ruiz Gordillo escuchó que esa era la casa. No hay más prueba que esa: la tradición popular. La figura y la casa del conquistador no tomó importancia hasta 1860 cuando la poetisa extremeña, Carolina Coronado (1820-1911), autodenominada pariente directa de Hernán Cortés y admiradora de su carrera, tras visitar las ruinas de la casa, reivindicó un monumento para él en Medellín.

Sería en 1890 cuando finalmente se construiría la plaza Hernán Cortés, con su estatua en la parte central, y en la parte delantera una especie de pilón, donde se localizaba -o se creía estaba- la habitación de Hernán Cortés. Toda la plaza se construyó sobre la antigua manzana de casas en la que vivía Cortés.

Más allá de estos recuerdos al personaje de la localidad, a quien los vecinos sienten y defienden como algo propio, solo existe la referencia de una pila bautismal en la que se habría bautizado a Hernán Cortés en la Parroquia de San Martín. Y los historiadores tienen sus dudas.

En cuando a la historia de Hernán Cortes para con Medellín, una vez dejó el pueblo para estudiar en Salamanca y embarcase para el nuevo mundo en 1506, solo tuvo un capítulo más. La muerte de su padre en 1530. Regresó al pueblo extremeño para enterrarlo; mandó construirle una capilla en el Convento de San Francisco -hoy inexistente-, liquidó toda herencia de su pueblo vendiendo propiedades para allegar fondos para nuevas expediciones, le donó un molino a su amigo Juan Altamirano y se llevó a su madre, Catalina, que aún vivía en la casa de la calle Feria, a Nueva España.

Con su muerte en 1547, en Castillejas de la Cuesta (Sevilla), sorprende que Cortés, frente a lo que hacían habitualmente los indianos -como Pizarro- de regalar a sus paisanos y a su pueblo, no dejará prácticamente a Medellín. Si bien, esto no sorprende en absoluto a su última descendiente, Susana: «En España estaba defenestrado por las envidias del Emperador Carlos V, sabía que Nueva España era su nuevo mundo, en el que quería vivir y donde quiso descansar para siempre. Además, tampoco es que muriese siendo rico».

Su última voluntad fue que sus restos descansaran en Nueva España. Pero esa petición, al final, se ha convertido en «una auténtica película», cuenta a este diario el alcalde de Medellín,

Antonio Parral. Los restos mortales de Hernán Cortés fueron inhumados hasta diez veces a lo largo de la historia. Se produjo, en parte, porque en su testamento cambió varias veces la ubicación del lugar en donde deseaba reposar. Ahora, tras varios vaivenes, descansa en el lugar que solicitó en su juventud, en la iglesia contigua al Hospital de Jesús de Nazareno, en la Ciudad de México, centro que el mismo fundó cuando conquistó la tierra.

En la actualidad, esta vieja iglesia se encuentra prácticamente en el abandono y con pocos medios para asegurar su debida restauración.

-¿Quieren los restos en el pueblo?

– Después de ser inhumados varias veces, después los quisieron destruir con la independencia de México y, al final, acabaron en un hueco escondidos en el templo de su hospital. Con lo que ha sido para España y México, ya ves como acaba, en una hornacina, escondido de la mala manera. Nosotros, en su momento, sondeamos la opción, pero era inviable porque él dejó plasmado que quería descansar en México.

Hernán Cortés, ni héroe ni villano. (Con información de El Español)

 

 

 

 

 

 

 

 

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