Aquí Xicohténcatl… Veteranos revolucionarios y ferrocarrileros conviven en la eternidad

Aquí Xicohténcatl… Veteranos revolucionarios y ferrocarrileros conviven en la eternidad

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Pedro Morales

Tlaxcala heredó tierra y libertad, producto de la llamada tercera transformación como resultado de la Revolución, así como trabajo y responsabilidad de nuestros jubilados ferrocarrileros.

Son generaciones que se forjaron en el sufrimiento y el esfuerzo de nuestros padres y abuelos, quienes pasaron de ser mayoría combativa a una minoría que inexorablemente y al, paso de los años se van extinguiendo, pero dejan una huella indeleble para la posteridad.

Michos de nosotros en la generación de en medio, cuando no había radio, ni televisión, lo más emocionante del día era sentarnos alrededor del abuelo para escuchar sus hazañas durante la revolución, la bola o la revolufia como le llamaban  a ese movimiento social.

En la década de los 90 era común observar a nuestros veteranos de la revolución cada fin de mes formados ordenadamente para recibir una despensa que les regalaba el gobernador en turno.

Así, al paso de los años esa fila se fue reduciendo más y más, hasta que ya no los vimos y al tratar de ubicar a los sobrevivientes uno de ellos se encontraba en Coaxomulco, otro más en Xochiteotla.

En Zacatelco y en Acuitlapilco vivía el general Ambrosio Cote, hombre de carácter recio quien con ese carácter de los revolucionarios narró sus hazañas junto a sus nietos.

Mostraba con orgullo esas medallas y las banderas de la División de Domingo Arenas, ya muy descoloridas y colgadas en las paredes de su cuartito.

En ese lugar se refugiaba en sus recuerdos, con su sabe siempre a la mano, su uniforme verde olivo impecable que les gustaba lucir en cada ceremonia y desfiles.

También conservaba amorosamente una especie de exvoto, de esos que se llevaban a las iglesias que son pequeños cuadros donde a veces se plasman los milagros y que los fieles dejan en los santuarios para que la gente se entere del milagro.

Así tenía ese cuadro que ilustraba que del cielo bajó una gran serpiente que se llevó el agua con todo y rabas y peces, pero lo que denunció en aquel entonces era que la gente había tapado los veneros de los manantiales para que la laguna se secara y se robaran la tierra.

Historias de muchas batallas en la región de Zacatelco al mando del general Domingo Arenas hacían brillar los ojos de este revolucionario, quien con lágrimas en los ojos y al ocaso de su vida, mostraba su desilusión por el rumbo que había tomado ese movimiento armado que tantas vidas cobró y mucha sangre derramó.

Es una generación que ya se extinguió y solo queda en la memoria de las familias y en viejas y amarillentas fotos el recuerdo de esos nuestros héroes tlaxcaltecas que al final nos liberaron del yugo de la opresión.

Mientras que en la región de Apizaco en este 2109, ya los ferrocarrileros jubilados se cuentan con los dedos de la mano, la mayoría ya se murieron y poco a poco su presencia ya no se nota en el parque central de la ciudad rielera.

El fragor de los talleres de Apizaco se ha silenciado, eran los mejores del país, poco a poco sus fraguas y casa redonda han enmudecido, de ese emporio ferrocarrilero queda solamente el recuerdo que añoran los viejos ferrocarrileros.

Atesoran con orgullo esa herencia de la puntualidad inglesa, de esos overoles de mezclilla almidonados, de esa gorra con rayitas azul y blanca que los distinguía, de esa leontina con su reloj reglamentario.

Eran otros tiempos. Apizaco surge como un campamento ferrocarrilero en la década de 1860. Durante la Revolución mexicana, un hecho histórico se dio en Apizaco, el 8 de mayo de 1920 un convoy de civiles y militares conocido en la historia como «El tren de la legalidad» se detuvo en Apizaco, descendiendo el Presidente Venustiano Carranza.

Junto con varios generales pasó revista a cerca de tres mil hombres leales al Presidente Constitucional, el convoy había salido de la Ciudad de México y pretendía llegar al puerto de Veracruz.

Vinieron las inauguraciones ferroviarias, como ya se ha indicado, culminarían en 1873, cuando el Presidente Sebastián Lerdo de Tejada inauguró la línea México-Veracruz. El Presidente Benito Juárez no pudo verla terminada, pues murió el 18 de julio de 1872.

Actualmente en el museo “Casa de Piedra” se atesoran recuerdos, herramientas, equipo y vivencias de los ferrocarrileros de Apizaco, quienes junto con sus compañeros ahora jubilados, a veces pasean por los andenes vacíos.

Se reúnen en los parques y jardines para recordar sus anécdotas, las de su juventud, cuando todos fueron héroes, campeones sin corona y atesoran esos recuerdos, esos apodos y esas vivencias que nunca jamás volverán.

Esa fue la llamada Universidad de la Vida.

Durante sus solitarias caminatas por los andenes de la estación, parecen escuchar el alboroto y la algarabía, se niegan a aceptar la realidad y entre sueños parecen escuchar todavía los gritos de los maquinistas.

El incesante trepidar de las locomotoras, los gritos de los maleteros, la preocupación de las mujeres por los hijos, esa pareja que se besa descaradamente entre los asientos.

El garrotero que manda la señal de vaaaaaamonos y ese trepidar primero lento y luego poderoso del caballo de acero.

El tren fue fuente de inspiración para el muralista Desiderio Hernández Xochitiotzin, quien al viajar a la capital del país, su imaginación de artista se alimentaba con el cambio de estaciones y las pinceladas de la naturaleza.

Los espectaculares amaneceres de los distintos cielos de México, que es uno sólo, poco a poco el traqueteo va cediendo a lo lejos se vislumbra la ciudad de Apizaco, el camino de acero marca el rumbo.

La velocidad disminuye, las bardas y las casas se acercan y en cada viaje sin duda surge una nueva aventura, al arribar a la estación vemos los carros campamento, son sus geranios en las ventanas, sus curiosos chiquillos.

Eran los futuros ferrocarrileros, les gustaba observar siempre jubilosos la llegada de las locomotoras

Actualmente viajar en tren en este país, ha sido condenado al territorio de la nostalgia.

Han transcurrido más de cien años de trepidar de trenes, de miles de kilómetros recorridos en aras de la modernidad, de buscar un país mejor, de observar como de un plumazo del gobierno federal en aras de la modernidad, de la eficiencia… mató a nuestro ferrocarril.

Y así, en cada rincón de Tlaxcala hay constancia de estas generaciones a las que generaciones y comaladas de políticos les quedaron a deber un gesto de gratitud y agradecimiento porque simple y sencillamente a estas generaciones nunca …LES HIZO JUSTICIA LA REVOLUCIÓN.

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