CDMX/ 21 /01/2020
Los restos de un temazcal prehispánico descubierto en un predio de las inmediaciones de La Merced, en el Centro Histórico de Ciudad de México, han permitido ubicar con precisión el lugar donde estuvo el barrio de Temazcaltitlan, uno de los más antiguos de Tenochtitlan, según consta en fuentes como el Mapa de Sigüenza, la Crónica Mexicáyotl y el Códice Aubin, los cuales relatan la historia de la peregrinación del pueblo mexica.
El registro de este baño de vapor, que data del siglo XIV, por parte de la Secretaría de Cultura, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), es uno de varios hallazgos realizados por un equipo de la Dirección de Salvamento Arqueológico (DSA), encabezado por Víctor Esperón Calleja, en la calle Talavera.
Las excavaciones en este predio también permitieron liberar los vestigios de una vivienda que fue habitada, posiblemente, por una familia indígena de origen noble, poco tiempo después de haberse consumado la conquista española. Además, se hallaron diferentes estructuras arquitectónicas de una curtiduría, la cual funcionó en el último siglo del periodo novohispano, es decir, entre 1720 y 1820.
Es de una insólita coincidencia que los orígenes del callejón afamado por los expendios donde “se visten Niños Dios”, estén vinculados con la maternidad en la época prehispánica. En su Crónica Mexicáyotl, Hernando Alvarado Tezozómoc señala que en este lugar se hizo un temazcal para bañar y purificar a la doncella Quetzalmoyahuatzin, noble mexica que había parido en Mixiuhca, “allá se bañó la madre de Contzallan, por eso se denomina Temazcaltitlan, allá se bañaron todos los mexicanos, allá se asentaron”.
Aunque excavaciones anteriores en la vecina Casa Talavera habían evidenciado estructuras arquitectónicas tenochcas, el arqueólogo refiere que es la primera vez que se tiene un testimonio plausible de la vocación de Temazcaltitlan, un barrio donde se veneraba a deidades femeninas como Tlazolteotl, Ayopechtli o Ixcuina (diosa del parto), Coatlicue, Toci, Chalchiuhtlicue y Mayahuel, advocaciones ligadas a la tierra, a la fertilidad, al agua y al pulque.
Próximos a la entrada del predio donde se registró el hallazgo, en el área oeste, se observan los restos del temazcal, elaborado con bloques de adobe y fragmentos de tezontle recubiertos de estuco. En la parte central se ve la tina o pileta de agua para el baño de vapor, así como una de las banquetas que formaban parte del mismo. Con base en los restos encontrados, se infiere que sus dimensiones eran de 5 metros de largo por 2.98 de ancho.
El responsable del salvamento arqueológico explica que el tlaxilacalli, o barrio de Temazcaltitlan, pertenecía a la parcialidad de Teopan (también llamado Zoquipan), primer territorio lacustre ocupado por los mexicas. La zona de Temazcaltitlan fue la sede primigenia del islote en la que se produjo el avistamiento de las señales pronosticadas por Huitzilopochtli, como lo recuerda el monumento de “La aguilita”, en la Plaza Juan José Baz, que le hace contraesquina.
Una casa indígena colonial
También en la parte oeste del terreno, sobre el temazcal prehispánico, se encontraron restos bien conservados de una casa que fue habitada por una familia de la nobleza indígena, una vez consumada la conquista de Tenochtitlan, durante el periodo Colonial Temprano (1521-1620).
“Los hallazgos nos indican que, en el siglo XVI, esta zona del campan de Teopan estaba más poblada de lo que se creía. Debido a que el área era de chinampas, se pensaba que había pocas casas, pero en esta propiedad tenemos evidencia de los pilotes de maderas y piedras que sirvieron para la cimentación de los muros de dichas viviendas.
“La mezcla de estos dos sistemas constructivos, por un lado, el pilotaje prehispánico y, por el otro, las columnas cuadradas que derivan de la arquitectura europea, nos ayudan a fechar de manera provisional esta edificación, a la espera de los resultados de análisis pormenorizados”, aclara el investigador de la DSA.
De la vivienda colonial, cuyo acceso principal se encuentra al oeste, se han explorado 15 metros en sentido este-oeste, y 10 metros en sentido norte-sur. Un pasillo elaborado con piedra de río de 10 metros de largo y 2.70 de ancho, divide las cuatro habitaciones que conforman la antigua casa, dos de los cuartos se ubican al norte y un par más al sur.
“La evidencia es relevante por el acabado de las paredes de las habitaciones, las cuales presentan un aplanado de estuco decorado con motivos en rojo y sus pisos son de bloques de adobe acomodados. Estos elementos nos indican que este espacio fue habitado por una familia indígena, posiblemente de origen noble”.
Esperón Calleja detalla que las dimensiones de los cuartos varían según su función, por ejemplo, hay uno que abarca 4 por 2 metros, tiene un recubrimiento burdo y debió tener un uso privado. En tanto, las habitaciones 1 y 2, sobrepasan los 6 metros de longitud, sus aplanados combinan bandas rojas y blancas, acompañadas de una serie de pequeños triángulos invertidos, policromía que resalta estos espacios que debieron utilizarse para recepciones.
Casa de curtiduría
El predio en la calle Talavera ha supuesto una “caja de sorpresas”, pues en prácticamente todo el terreno se distribuyen restos arqueológicos de sus distintas temporalidades, como es el caso de un complejo industrial para curtir pieles, el cual debió funcionar en la última centuria del virreinato español (1720-1820). Esta casa de curtiduría ocupó además la contigua Casa Talavera, según los hallazgos registrados en el área este de ese centro cultural.
Si bien las primeras curtidurías de la Nueva España se hallaban próximas a la Calzada de Tacuba, las quejas de los vecinos españoles por los malos olores derivados del proceso de curtido, obligaron a su desplazamiento al barrio de indios de San Pablo Teopan (así bautizado en la Colonia), dada su cercanía con la acequia Real o de la Viga.
El arqueólogo Esperón Calleja relata que en el extremo este del predio se localizaba el “área húmeda” de la curtiduría, como lo indica un conjunto de ocho tinas en las que se procesaban las pieles de las reses, las cuales debían proceder del cercano rastro de San Lucas, ubicado en las inmediaciones de lo que hoy es la estación del Metro Pino Suárez.
Cinco tinas son cuadradas (oscilan entre 2 metros por 1.80, y de 1.20 metros a 1.40 de profundidad), hechas de piedra de basalto pegada con argamasa; presentan un aplanado burdo, resultante de las partículas de cal diluidas que con el tiempo se fueron pegando a las paredes, efecto del proceso al que se sometían las pieles en estos receptáculos durante uno o tres meses.
Los tres depósitos restantes son cónicos, con una profundidad de 1.20 metros y un diámetro de 2; presentan un aplanado más uniforme, indicativo de que aquí tenía lugar otra parte del proceso. En esta etapa, la piel se sumergía en agua mezclada con corteza de árbol (zumaque, tequesquite o cebada) para llevar a cabo el curtido. El arqueólogo infiere que se requería de mucha materia orgánica, según los residuos que se han encontrado.
Al centro del predio estaba el “área seca” de la curtiduría, donde, posiblemente, se manufacturaban los artículos, como dan cuenta algunos artefactos: regladores, punzones de hueso, fragmentos de piel de toro y cornamentas. Asimismo, concluye el arqueólogo, bajo una serie de lajas que servían de tapas, se detectó el sistema de ductos que abastecía de agua al espacio, un canal de 20 centímetros por 1.40 metros, del que se aprecia una base de columna y el piso que formó parte de la fábrica curtidora.
El equipo de la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH ha concluido la liberación del predio, toda vez que ya se realizaron los registros gráficos y fotográficos de los restos arqueológicos, así como las tomas de muestras que servirán para afinar mayores datos sobre sus distintas ocupaciones.