VIERNES… QUE TE QUIERO VIERNES DE LA FAMILIA BURRÓN

VIERNES… QUE TE QUIERO VIERNES DE LA FAMILIA BURRÓN

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Pedro Morales

En esos años dorados, cuando comprar una televisión blanco y negro (aún no se inventaban las de a color), eran famosos los cuentos de historietas, todos las conocían y eran una alternativa de entretenimiento.

Y siempre nos dejaban picados, ya que una historia abría paso a otra y el ingenio de los creadores era tal que simplemente retrataban la vida cotidiana, y los dibujantes eran excelentes, daban vida a los personajes.

Como olvidar esos globos que encerraban los textos, los diálogos, se vendían en los puestos de periódicos como pan caliente y en su momento estos cuentos mantuvieron a muchas familias… a otras las divertían.

Cada cual tenía sus días.

Por ejemplo, los lunes eran de Lágrimas, Risas y Amor. “Me da el Lágrimas”  se le pedía al señor del puesto de periódicos.

El martes era de Memín Pingüin. No me acuerdo si el jueves era de Chanoc.

Pero yo disfrutaba especialmente de la Familia Burrón, los viernes.

A color. Los personajes, todos con narices de bola. Y su especial lenguaje. Su forma de ser tan urbana. Sus nombres. Todo la hacía especial.

Era como una visita semanal a la vecindad ubicada en Callejón del Cuajo número chorrocientos.

Ahí, doña Borola Tacuche de Burrón preparaba el desayuno a don Regino Burrón, siempre bien vestido, correcto, con su sombrero, su corbata de moñito.

Don Regino se iba luego a trabajar a su peluquería, El Rizo de Oro.

Le acompañaban su hijo mayor, Regino también, mejor conocido como El Tejocote y Foforito, que no era Burrón, se apellidaba Cantarranas, hijo de un verdadero briagadales, pero a quien nuestra querida familia lo consideraba como suyo.

Y apenas salían los hombres para la chamba, Borola comenzaba a idear qué hacer. Encendía un cigarrillo, bueno, una hoja de papel periódico en forma de cucurucho y platicaba con su hija, Macuca, quien tenía un pretendiente, rico, Floro Tinoco, El Tractor.

Doña Borola, se ponía su chiquini y se iba a asolear a la azotea. En una ocasión hizo una gran alberca, en realidad llenó de agua el patio de la vecindad. En otra, creó un restaurant.

En los tinacos se ponía la sopa de pipirín, los frijoles, abajo se le abría a las llaves y se llenaban los platos.

Una familia que tenía parientes, amigos también muy especiales.

Entre los primeros, Ruperto Tacuche, hermano de Borola, que antes andaba en malos pasos, era ratero, pero trataba de regenerarse.

Y doña Cristeta Tacuche, millonaria, vivía en París, su plato favorito: el toro almendrado a la piripitifir.

Y el poetastro, un flojonazo, Avelino Pilongano. Su mamá, doña Gamusita lavaba ajeno para mantenerlo.

Y el compadre de Borola, don Briagoberto Memelas, avecindado, cacique pues de San Cirindango de las Iguanas. Allá hizo un experimento genético, logró la creación del cuacopollo.

La Familia Burrón. ¿Se acuerdan cómo viajaba la gente en los camiones? Sólo se veían las narices, de bola, y los ojos, toda la gente apretujada. A los policías les llamaban los “Acólitos del Diablo”.

Borola, Regino, Tejocote, Macuca, Foforito, deben estar rezando a San Nabor por el alma de su creador, Gabriel Vargas.

Como olvidar a Tsekub, Chanoc, Puk y Suk, a Panza, Paco y Pepe, los Supersabios, y a Alma Grande, al Charrito de Oro, al Pirata Negro, a Kalimán.

Ya en época más reciente Los Supermachos de Rius tuvieron su época, lo curioso es que este tipo de cuentos, comics  o revistas bien conservadas en otros países se cotizan en dólares y son muy buscadas por coleccionistas.

Al paso del tiempo, algunos diarios de circulación nacional publicaban las tiras cómicas que resumían una historia y que a vece solo por eso se compraba el periódico.

Sin duda tuvieron su época estos cuentos.

Recordemos esta sana diversión. Yo te pregunto lector, lectora si estos cuentos se digitalizaran… los volverías a leer?.

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